viernes, 26 de octubre de 2012

A ti, mi musa


Tan pálida, tan bella... perfectas formas perfiladas por la luz o por la ausencia de ella, en su blanca piel se dibujan sombras. Figura de suaves redondeces, tan serena... su tez irradia quietud, deja caer la luz, nos envuelve en misterio... 
Siempre presente pero nunca igual, varía como las mareas y brilla quedamente, como con temor a resplandecer demasiado.

Ella... ella es perfecta.

Anda y se contonea por el día, se camufla y pasa desapercibida, pero siempre, siempre está ahí. Por la noche desata su lujuria, se viste con sus mejores galas, desnuda. Nos turba con sus suaves formas, con sus mudas palabras, tenuemente nos acaricia los ojos, nos baña de plata. Languidez y delicadeza... nos apabulla con su simpleza.

 ¿Acaso no dicen los poetas que la belleza reside en las pequeñas cosas?

Mientras deambulo por esta ciudad de polvo, necedad y maldad, cemento, asfalto y metal ella me observa. Cuando me encuentro, intermitentemente, en la luz de las farolas, ella me busca. Mis piernas andan sin rumbo y mis ojos, rodeados de penumbra, intentan en vano ver, pero ella... solo ella es capaz de imantar mi mirada, abstraerme el sentido, volatilizar mis pensamientos. Ella, cuando me toma entre sus brazos, con la delicadeza por la que la hoja es arrastrada por el viento, es capaz de transportarme a otro mundo donde todo es posible, donde nada está mal ni nada está bien, donde solo existe la belleza, su belleza, esa belleza que mana de cada rayo de albor que roza, acaricia con suaves dedos muertos mi piel... 

Es imposible describir lo que se siente cuando te roza... 

Solo sé que sus trémulos dedos fríos son capaces de insuflarme la vida que la muerte del día a día me quita; solo sé que su mortecina luz enmascara la miseria de mi existencia; solo sé que cuando ella me toca, dejo de ser mediocre para ser todo lo que ella inspira y no puede expresar ¿Cómo se expresa la luna, si no es a través de sus poetas

Musa en la noche eterna de nuestra vil existencia; incomprendida, igual que incomprendidos somos los mortales inmortales; tan etérea e inalcanzable como los sueños que inspira. La paz de la muerte debe llevar su rostro. Allá en el firmamento, como las mareas, mueve nuestros pensamientos, intermitentes, como el halo de luz de las farolas en esta ciudad vieja y calurosa. 

Me dejo arropar con frío, admiro su desnudez, mi pupila refleja su rostro, mis palabras dicen lo que aún no se ha dicho, expresan lo inexpresado, expresan lo inefable... emergen de mi mente como un torrente de agua demasiado fría, un frío que te quema los dedos.... 

Y los ves caer hechos pedazos, tu alma, a salvo de la mediocridad, justo al lado. 

Puede que te hayas bañado en tristeza o puede que sea rabia, alegría, desesperanza, tal vez simple decadencia; pero es entonces, y solo entonces cuando puedo dejarme caer en este recóndito lugar del mundo, que sé que ella me levantará con sus palabras mudas; que sé que cuando necesite de unas alas... me pedirá volar... y yo volaré, tan solo para alejarme de la intermitencia de las farolas... 

Nosotros, poetas, muertos de amor, alabamos su existencia; ella, musa amada, acuna nuestros miedos. El arte 
es el encierro de nuestro encuentro.

sábado, 13 de octubre de 2012

Vida



Tumbada en un lecho, los cabellos negros esparcidos por el espacio. Sus pechos eran pequeños, aunque estaban hinchados, largas piernas y finos brazos. Los párpados bajados, los labios fruncidos de dolor, un puño cerrado, la mano libre sobre el vientre; un vientre de piel tersa y joven que apenas se diferenciaba de las sábanas que rodeaban el cuerpo como un sudario. 

La habitación permanecía casi en penumbra, una ventana a su derecha, tapada por una pesada cortina de terciopelo entreabierta, dejaba entrar la tenue luz del exterior. El mortecino resplandor de la luna en cuarto creciente dibujaba claroscuros en la nívea piel. 

Casi le parecía poder estar tocando aquella piel amelocotonada, ese cuerpo voluptuoso que más que deseo parecía estar trasmitiéndole fragilidad. Las pequeñas manos apretadas en firme puño, la otra sobre el ombligo perfecto, las piernas tensas ni juntas ni separadas en aparente descuido...

Y entonces de entre ellas, manando de aquel lugar para el hombre desconocido, como río sin mar, impregnando de lentitud las blancas sábanas, la sangre de un rojo tan puro que solo podría ser fruto de la madre naturaleza pincelaba el interior de sus impolutos muslos, empapando a su paso las telas, que de un color pasaron a otro... sembrado de pequeñas, diminutas flores de pétalos blancos y corto tallo verde que parecían deslizarse por aquel efluvio con tal quietud que embriagaba.

Su rostro seguía consternido y su puño apretado, la mano sobre el ombligo... y entonces comprendí que no era fragilidad, que era fuerza, que era vigor... que era la naturaleza, que aquella imagen, pintada con presteza sobre gran lienzo, era la expresión de la vida.

Alargué el brazo, acaricié el ombligo, ese ombligo perfecto en el joven vientre, y me di cuenta de que la vida en su lento transcurrir arrastraba lirios.  

jueves, 11 de octubre de 2012

¿Mundo exterior?


Una habitación cuadrada, de burdo ladrillo sin lucir, tiene dos ventanas tapiadas y una puerta, una sola puerta que permanece siempre atrancada, de metal. La habitación es demasiado oscura, es demasiado luminosa, hace frío, aunque hay veces en las que el calor es tan abrasador que derrite la piel... en otras ocasiones falta poco para que los miembros se te congelen, o tiritas tan fuerte que los dientes se rompen.

Al principio, que no recuerdo cuándo fue, la ansiedad corroía de tal manera mis nervios que podría haber reducido a virutas la puerta con mis uñas. Dicen que si una puerta se cierra, se abre una ventana... es mentira, una de tantas. El suelo no cede, pese a las muchas vueltas que doy en mi reducido espacio, caminando en la misma linea recta, ahora voy, ahora vuelvo... 

Antes era peor, cavaba con las manos hasta hacerme sangre en los dedos, pateaba las ventanas con la esperanza de quebrar la piedra, quebraba mi pie. Gritaba y gritaba pidiendo auxilio, ayuda y desgarré mis cuerdas vocales, luego pasé a gritar de muda desesperación. Arranqué mis cabellos, comí mi carne, arrebaté a mis cuencas sus ojos para no ver más... cuatro paredes, dos ventanas, una puerta ¿cómo te arrancas los ojos de la memoria?

En todo ese tiempo pensé tal cantidad de cosas... ¿si rezaba a un dios en el que no creía, saldría de allí?, ¿si fingía ser quien no era, me dejarían salir?, ¿si hacía como que me importaban cosas que no me importan, lograría la libertad?, ¿si dejaba de pensar, todo acabaría? tal vez... tal vez solo necesitaba aprender una moraleja, como cuando era pequeña con esos cuentos que solo te cuentan cuando eres una niñita porque si eres demasiado mayor ya te das cuenta de lo estúpidos que son. El lobo siempre, siempre se come a los cerditos, mamá, y no al revés.  

En ese caso... ¿cuál es la moraleja de todo esto? 

Estoy aquí sola, con demasiada luz y demasiada oscuridad, en una habitación cuadrada, de burdo ladrillo sin lucir, dos ventanas, la puerta atrancada... fuera, más allá de estas cuatro paredes, está el mundo, repleto de personas que van y vienen con más o menos premura. Personas que son ancianas, jóvenes... también hay chiquilllos que quieren ser adultos y adultos que no dejan de ser nunca chiquillos, hay personas blancas, negras, amarillas... y dicen que en el espacio exterior son verdes. Fuera, donde brilla el sol y la luna se arropa con estrellas, allí fuera, donde corre el agua por los ríos que se follan al mar, donde los campos son verdes y las flores de un blanco tan impoluto que solo puede encontrarse en la naturaleza, fuera donde los animales se guían por el instinto, fuera donde las personas están rodeadas de gente...

Personas que van y vienen con más o menos premura; personas que se ven, pero no miran; que oyen, pero no escuchan; que hablan, pero no entienden... personas rodeadas de gente. Personas que sienten, pero no empatizan; que piensan, pero no comprenden; que acarician, pero no sienten... personas rodeadas de gente.

Y entonces, la pesada puerta de metal, aquella puerta que durante tantos años ¿años? había sido incapaz de reducir a virutas, se abrió de par en par y dejó entrar aire puro, nuevo, que alegró sus pulmones. Corrió hacia ella, con temor de que se cerrara, y traspasó el umbral hasta ahora desconocido... una sonrisa se dibujaba en su cara, lágrimas de felicidad resbalaban por sus mejillas, ardientes como la alegría que le acuciaba el corazón...

... Pero más allá solo había frío, y un laberinto de pasillos con más puertas como la suya, aún cerradas; un laberinto de más y más habitaciones cuadradas. 
Siguió aporreando la piedra que tapaba las ventanas, confiaba en que el refrán fuera también mentira, como los cuentos que le contaban cuando era niña. Confiaba en que, más allá, en el mundo exterior, siguieran existiendo las personas


miércoles, 3 de octubre de 2012

Lógica








No se puede esperar


que la gente no sea

idiota, cuando vivimos

en una sociedad
idiota.