domingo, 29 de marzo de 2015

Entre signos de interrogación


Un impulso viejo le hacía seguir caminando en su reducida cochiquera con barrotes de preguntas sin respuestas. Sentía que no podía hacer otra cosa. Los barrotes repiqueteaban con música si los tocaba, y en ellos podía ver la vida aplastada o mutilada, glorificada, insignificante, absurda; cualquier definición era inútil y estúpida, como un niño malcriado que llora.
En realidad, nada le impedía colarse entre los signos de interrogación y escapar; pero eso carecía de sentido, y hacía que todo lo demás se volatilizara, aunque "volo" sea "quiero". Después de haber leído tantas veces aquellas grietas en la pared, el mundo exterior se le antojaba desordenado, caótico, falaz, ruin. Tan antiestético como el vómito en el suelo, tan poético, tan violento.
 
Allí, en aquel infecto rincón podía sentir la sangre rebotar contra los límites de su percepción... lejos de allí, más allá del humor vítreo de sus ojos, nada era real, nada era hermoso, nada tenía sentido...
Y nadie parecía entenderlo.
Morir cada día, con cada pregunta, le acercaba inexorablemente a la vida, la reafirmaba. La muerte le hacía sentir... y puede que solo fueran pinchazos en sus venas, un latido enfermo... pero aquellas preguntas, aquel impulso viejo... era lo único que hacía corpóreo su cuerpo. Sentir el pinchazo era sentir que estaba viva, que era fuerte, que no se rendía. Sentir el pinchazo era sentir la existencia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario