martes, 1 de marzo de 2011

Parte: IV. Complejo de filósofa


Su psicólogo le dijo que era algo normal en la adolescencia, ella lo escuchaba, pero como quien oye llover. Sí, era normal en la adolescencia ¿Pero era normal a los 5 años? ¿A los 10? ¿A los 19? Ella no recordaba no haber tenido nunca esa sensación, de exclusión del mundo, de incomprensión… era agobiante, parecía que la estuvieran ahogando en mercurio constantemente. Gritaba, pero nadie la escuchaba, pedía ayuda pero nadie sabía cómo ayudarla, intentaba explicar qué le pasaba pero nadie lo comprendía. Sus ideas, su mente, siempre habían ido por delante de las del resto. Le desconcertaba que la gente pensara tan distinto a ella, que ella fuera capaz de ponerse en la piel de un asesino de la misma forma que se ponía en la piel de una madre que acaba de dar a luz, que ella tuviera una moral tan clara desde tan pequeña y tan distinta, que ella tuviera esos ideales tan maduros y que defendía con tanto ahínco no con 19 años como tenía no… sino desde los 11. “Eres más madura que los de tu entorno” le dijo el psicólogo, al parecer único en decir lo evidente, “llegará una edad en que estés parejo a los demás” eso también lo sabía, pero ese momento lo seguía esperando.

Los demás pensaban en cosas de su edad, botellón, fiestas, exámenes, amor… ella pensaba en ¿Qué era la vida? ¿La moral? ¿El ser humano? ¿El mundo? Qué clase política era la mejor, si lo que estaba establecido era lo correcto o lo correcto era lo prohibido, por qué razón estaba mal robar pero a los Estados nadie les decía nada, por qué la sociedad estaba adormecida, por qué la gente se conformaba… ella se preguntaba todo eso y por qué esto y por qué lo otro, sí tenía complejo de filósofa debe de ser… pero el hecho no era por qué ella se preguntaba eso sino por qué la gente no lo hacía.

La gente le daba suma importancia a cosas como el amor, la amistad, la fidelidad… cosas en sí tan efímeras como el rocío de la mañana. Ella no comprendía cómo la vida de una persona puede girar en torno a esos factores tan insustanciales. Le decían que era demasiado idealista, que pensaba demasiado las cosas, se sentía rara ¿Acaso era la única? No… no lo era y hablaba de todo ello con la gente de su entorno, en esos aspectos similares a ella, pero nunca como ella. No es que ella fuera ególatra, que también, sino que ella era una libertaria entre libertarios, una idealista entre idealistas, una inconformista entre inconformistas… pero, siempre era la misma historia, sí podía hablar de moral y ética, política y filosofía, economía y sociedad pero de lo que no podía hablar era de su yo interior... de ese "yo" que intentaba comprender aún con más ahínco el mundo que la rodeaba, pero que nunca llegaba a hacerlo porque variaba con tanta frecuencia como los acordes del heavy metal.

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