La mirada se extiende hasta el infinito, tapizado de verde y azul cielo. Y el olor de la infancia enternece los sentidos, mas esta noche... esta noche, hermosa en su caducidad como la vida misma, se tiende sobre nuestras cabezas, arropándonos, permitiéndonos soñar... soñar que aquella estrella es Nunca Jamás.
Su piel fina, blanca, acaricia las cortinas que ondean, se arremolinan, se enredan alrededor de su esbelto cuerpo. Y ella mira a través del ventanal... ¿Perdida o perdidos sus ojos? su presencia etérea encandila a la noche, que se postra a los pies del balcón cual Romeo cortejando a su Julieta.
¡Oh Julieta! déjate acariciar por algo más que no sean cortinas de seda.
Sus pies cuelgan de la luna. Meditando, sus pensamientos se evaporan en la nada. Sus dedos enredan distraídos con la fina textura de los cráteres. Se gira y el palacio de frágil cristal centellea como un diamante bajo la luz del sol... claroscuros se colorean en sus muros... rodeados por un foso de jazmines.
Ella busca en sus recuerdos, los acuna, como la cajita que sostiene entre sus brazos. Y mira en su interior, retales en un cuaderno, forrado de cuero, pesado por la melancolía y la tristeza que transitan por sus páginas, de letra menuda y apretada... se corta el dedo... y las palabras cercenan y apuñalan... el miedo la paraliza. Olvida.
La gravedad no existe, cuando está ante su presencia, la gravedad no existe. Y la observa en el balcón, tan bella y ufana, tan ligera... como la brisa que mece la mañana. Y entonces corre, y trepa por las resbaladizas y traicioneras paredes de cristal... que lo arrojan al suelo, una y otra vez, procurando no cortarlo... porque él, en su empeño... también es bello.
Y ella lo espera, vestida con sus mejores paños, aire y piel, mientras pinta su retrato, más bello que el del mismísimo Doryan Gray...
Irrumpe en su alcoba, la puerta de cristal, como todo allí, se rompe en mil pedazos bajo el ariete de su pasión... y él la recorre con su mirada de arriba abajo y se conmueve... por la simple belleza de su naturaleza... tímido, se acerca... y al alcance de su aliento permanece, inhiesto.
Cubre su desnudez, con brazos temblorosos. Él se apresura, hambriento de su presencia, y levemente forcejea con tan delgadas y suaves muñecas, que besa y besa... y besa.
Bailan ballet, sin tutú ni coreografía, y vuelan como colibrís y cantan como jilgueros... sus cuerpos, impolutos, danzan sin descanso, sin cansancio... sin más demora se hunden en el improvisado lecho de nube y zarzamoras.
Sus pies cuelgan de la luna, balanceándose, como en los columpios de su infancia.
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