domingo, 5 de abril de 2015

21 años (homenaje tardío, que él también era imperfecto)

Hoy te escribo a ti, Dioniso hastiado, tú que decidiste no volver en un repentino ataque de nostalgia. 

Decidiste bien, habrías sufrido demasiado. Tenías un alma generosa aunque para muchos, todos aquellos a los que odiabas, fuiste demasiado egoísta. Ellos no entienden, ¿verdad?, ellos no entienden el vacío, pero aún así les gritabas. Y tu voz, cansada, y tu música, desgarrada, se abrieron paso como ondas imperecederas a través del hastío, la rabia y el dolor, a través de tu alma, extremadamente humana. 

Todos te vimos nacer de útero enfermo, marcar con meado tu territorio, te vimos crecer en una flor, y te oímos decir que, aunque estúpido, eras feliz, ¿pero eso nunca fue, cierto?, o lo fue a pequeños pinchazos, sí, sé que te dolía.

Olías a tabaco, vómito e incomprensión, no por ti... no, tú estabas por encima de eso, aunque no lo comprendieran, como siempre, eres más profundo de lo que se espera, pero tranquilo, no diré nada. Es algo nuestro. Hoy simplemente se trata de eso ¿no? de recordarnos, porque cada vez que te recuerdo me recuerdo, recuerdo mi olor de adolescencia, recuerdo los peces que nos comíamos cuando no había sentimientos, recuerdo saber que tenías razón, como también recuerdo el pegamento que compartíamos para pegar nuestros corazones enfermos de hastío, rutina y apatía. Sí... lo recuerdo.

No he dejado de buscarte y escucharte desde entonces... y a veces no puedo comprender lo que hiciste, otras... te respeto. Sé que somos muy diferentes, pero cuando estamos ahí abajo, cuando... el vacío te aprisiona, ahí somos todos iguales, ¿no crees?, hemos llegado a nuestra esencia después de todo... y si la muerte también nos iguala, debe ser esa la parte de la vida que nos pone a todos en el mismo sitio ¿verdad? Es igual, en esos momentos sólo tu fosa de brea magnética tiene sentido para mí y lo sabes... 
¡Ey!, ¡espera! 
Se me olvidó felicitarte, otro año más que le has ganado a la muerte, ¿qué se siente?
¡Ey!, ¡espera!, no me lo digas... ¡que yo quiero que la muerte sea una sorpresa! No puedo recordar tu sonrisa porque nunca la vi, pero siempre la imagino delicada ¿lo es?, no importa. Tu voz me basta.

Recuerda que las orquídeas carnívoras no perdonan a nadie de momento, así que... supongo que algún día nos veremos, ¿hechos ondas los dos?, ¡quién sabe! al fin y al cabo, es todo lo que somos.
Saluda a los cuervos.


martes, 31 de marzo de 2015

Pecera


Aquí el tiempo se detiene entre los bostezos de las horas. El aire no transita. Ni siquiera siento. Tácitamente, sospechando el lento transcurrir del minutero, acepto seguir adelante; en verdad es tácito, porque el hastío degüella mis palabras.
Ahora.
Ahora recuerdo aquella sensación, tan vívida como el dolor mudo en mi garganta. Certera la certeza me asfixiaba; encerrada en una pecera boca abajo.
Las paredes del mismo cristal, los gritos se pierden en las mismas aguas... todo es tan igual que desesperaría, si no fuera porque ya me aisló, si no fuera porque ya me asfixió, si no fuera porque ya me cortó.
Aquí el tiempo se detiene; el tiempo duele...
Y yo caigo, y me abrazo las rodillas, y me hago punto.... En las horas que se suicidan los cristales mellados siguen cortando mi caída.
Aquí siempre fue así.
Aquí lo único grande eran las horas.
Verticalidad reducida a punto.
El punto a la nada.
La nada en mi.
Y yo aquí.

Ahora.

domingo, 29 de marzo de 2015

Entre signos de interrogación


Un impulso viejo le hacía seguir caminando en su reducida cochiquera con barrotes de preguntas sin respuestas. Sentía que no podía hacer otra cosa. Los barrotes repiqueteaban con música si los tocaba, y en ellos podía ver la vida aplastada o mutilada, glorificada, insignificante, absurda; cualquier definición era inútil y estúpida, como un niño malcriado que llora.
En realidad, nada le impedía colarse entre los signos de interrogación y escapar; pero eso carecía de sentido, y hacía que todo lo demás se volatilizara, aunque "volo" sea "quiero". Después de haber leído tantas veces aquellas grietas en la pared, el mundo exterior se le antojaba desordenado, caótico, falaz, ruin. Tan antiestético como el vómito en el suelo, tan poético, tan violento.
 
Allí, en aquel infecto rincón podía sentir la sangre rebotar contra los límites de su percepción... lejos de allí, más allá del humor vítreo de sus ojos, nada era real, nada era hermoso, nada tenía sentido...
Y nadie parecía entenderlo.
Morir cada día, con cada pregunta, le acercaba inexorablemente a la vida, la reafirmaba. La muerte le hacía sentir... y puede que solo fueran pinchazos en sus venas, un latido enfermo... pero aquellas preguntas, aquel impulso viejo... era lo único que hacía corpóreo su cuerpo. Sentir el pinchazo era sentir que estaba viva, que era fuerte, que no se rendía. Sentir el pinchazo era sentir la existencia.