domingo, 28 de abril de 2013

Ideales y sus balas


En las estribaciones de la sierra bajo el pesado sol de Granada, cerca de un bosque de silenciosos cipreses que arañan con su sombra alargada las heridas de los caídos. Sin camisa que protegiera sus cuerpos inertes, cubiertos de polvo, de los rayos abrasadores; la piel perlada de sangre reseca o coagulada de sus heridas abiertas. Rodeados de moscas. Las hormigas se acercaban en fila. 

Olía a muerte.

Se acercó, aún sabiendo que no encontraría nada, pero se acercó, era su deber. Se inclinó sobre cada uno de los cadáveres, comprobando su pulso, cerrando los ojos de los que aún los tenían abiertos, ciegos, vacíos, aparentemente contemplando el cielo azul, las blancas nubes esponjosas, los pajarillos que cruzaban de vez en cuando, las moscas...  
-Ayuda...
¡El cuarto estaba con vida! se acercó rápidamente hacia él y puso con delicadeza la cabeza sudorosa y sin fuerzas sobre sus rodillas
-Por favor...
+No hables, tranquilo... no hables.
Palpó la zona de la herida, no era superficial, aunque tampoco profunda. Quitó la tierra que se había quedado pegada a la sangre y, rompiendo su pantalón, tapó la herida con la tela, que se fue empapando lentamente. 
+Tienes suerte, la herida se puede curar. Te llevaré a mi casa, tendrás que andar un poco, pero tengo el coche cerca.
-Gracias... muchas gracias.

Cargó con él lo mejor que pudo, apenas podía andar, arrastraba los pies, sin duda estaba medio deshidratado... hacía mucho calor y el pelo se le pegaba en la cara del sudor. Pesaba mucho para ella y tuvo que descansar una vez, pero por fin llegaron a la hondonada donde había escondido el coche.
+Ya hemos llegado, te meteré en el coche, toma agua primero.
Bebió con avidez, el agua sobrante se la echó por la cabeza y luego se dejó tumbar en los asientos traseros del coche.
+¿Me dices tu nombre?
-Luis... -tosió con gran gesto de dolor, la herida sangró más profusamente.
+Tranquilo... no te esfuerces en hablar.
Ella montó en el asiento del conductor y puso el coche en marcha, intentó no hacer movimientos bruscos que pudieran molestar al herido. Tardarían un rato en llegar, pero esperaba poder salvar a aquel hombre...
-¿De qué lado estas? -preguntó en apenas un murmullo a su espalda.
+No estoy de ningún lado, no te preocupes.
-Todo el mundo está de algún lado -aseveró amargamente.
+En ese caso... estoy del lado de las personas.
Después de un relativamente corto trayecto, que le pareció eterno, llegaron a la pequeña casa casi escondida en un pequeño recodo de la sierra, cubierta por árboles casi en su totalidad, con la fachada de piedra y las ventanas tapadas con mantas. Ayudó a bajar al herido y cargó con él de nuevo hasta el baño, lo desnudó y lo metió en la bañera.
-No sé cómo agradecerte esto...
+No tienes que agradecer nada, es lo que tengo que hacer.
Su sonrisa le bastó para reconfortarla un poco, porque estaba perdiendo demasiada sangre. Después de haberle quitado toda la tierra y haberle cubierto con una toalla, cargó con él hasta una silla y lo sentó mientras despejaba la mesa y tendía más toallas sobre ella a la vez que llamaba por teléfono.
+Ven ya... te necesito... sí era cierto... ven y rápido.
Tendió al herido en la mesa, no si gran esfuerzo, era un peso muerto incapaz de sostenerse mínimamente, temblando no sabía si de frío por el baño o de miedo.
-¿Qué vas a hacer?
+Extraerte la bala, limpiar y cerrarte la herida.
-¿Lo has hecho antes?
+Alguna vez, si te consuela, no salieron mal -le sonrió, él le devolvió la sonrisa.

Puso a su alcance todos los instrumentos que necesitaba, y gasas, muchas gasas. Le colocó en la boca un palo de madera cubierto por una tela, para que lo mordiera cuando llegara el dolor, y le miró con seguridad antes de comenzar la penosa tarea. 
+Primero te introduciré los dedos para ver dónde está la bala y si se ha fragmentado, luego extraeré la bala y sus fragmentos si los hubiera, esperemos que no, y por último te coseré ¿De acuerdo? -él asintió.
Y procedió. Se puso unos guantes de látex e introdujo los dedos con cuidado en la abertura de la herida en el costado, él mordió el palo con fuerza reprimiendo un grito, y ella exploró con cuidado la zona...
+Bien... aquí está... creo que está entera ¡Desde luego que tienes suerte!
Siguiendo lo prometido, extrajo los dedos y cogió las pinzas que previamente había esterilizado mientras él se daba el baño, las introdujo y agarró la bala... esa bala, quiste de factura humana que casi le cuesta la vida. Él mordió el palo, aguantándose de nuevo un grito, procurando no moverse, como le había advertido. Por fin sacó la bala y se la enseñó.
+Aquí está ¿ves? quizás la quieras de recuerdo -bromeó.
-Quizás -sonrió él tras el palo.
+Ahora tendré que desinfectarte la herida, esto te dolerá bastante.
Cogió la botella de alcohol que tenía a su izquierda y vertió su contenido con cuidado por la herida entre los gritos de dolor de su paciente, que poco le faltaba para romper el palo. Entonces sonó la puerta, no le hizo falta girarse para saber quién había llegado.
+¿Por fin apareces, justo a tiempo, sabes que no soporto eso de coser.
-¿Vas bien entonces?
+Mejor de lo que esperaba, por suerte la bala no se fragmentó
Él se asomó por encima de su hombro, ella acababa de limpiar la herida y de esparcir yodo a su alrededor, enseguida cogió los instrumentos para coser, una aguja normal y nailon de pescar, de momento serviría, él se ponía los guantes mientras ella se los quitaba e iba al baño a lavarse la cara, llena de sudor.
+Es un amigo. Él se llama Luis. 
El pobre Luis, medio inconsciente, intentó sonreírle, aunque todo lo que pudo articular no fue más que una mueca. Ella le apartó el pelo que se le había quedado pegado a la cara y le limpió el sudor mientras su compañero comenzó a coserle, y Luis a gritar de nuevo. 
+Tendrás que ir a por los otros, hay tres más.
-Iré a pie cuando caiga la noche.

Salió por la puerta al ocaso, y ella se sentó en el sillón de oreja mirando atentamente al paciente, que tenía el costado vendado y que reposaba en el sofá, a punto de caer dormido, exhausto como estaba.
-No sé cómo os voy a agradecer esto...
+Ya te dije que no nos lo tienes que agradecer, es lo que tenemos que hacer.
-¿Por qué lo hacéis? 
+Por nuestras ideas
-Por las ideas estamos así.
+Las ideas no tienen la culpa, la tienen los hombres.
-Los hombres son títeres de sus ideas.
+Los hombres son los que deciden cómo usarlas, si para bien o para mal. 
Él sonrió y se tocó levemente la herida, la pastilla que le habían dado estaba haciendo efecto, pronto caería rendido sin apenas dolor.
-¿Qué haréis con los demás?
+Enterrarlos como se merecen.
-No los conocía... pero teníamos miedo... todos teníamos miedo -sollozó- y nos mirábamos y...
+Es conveniente que no llores, se te abrirá la herida... ya tendrás tiempo de llorar sobre el recuerdo, pero ahora intenta no pensar en ello.
-Pensaré toda mi vida en ello.
+Lo sé...
-Me gustaría conocer dónde los enterraréis...
+Te lo diremos.
-No será en una... en una...
+Luis, tendrán el entierro que se merecen, no debes preocuparte, nosotros no somos así.
Él casi estaba dormido ya, hablando medio despierto medio en sueños, ella lo miraba, con lástima, veía su cabeza reposar en los cojines, demasiado pesada, el pecho subir y bajar trabajosamente, las manos relajadas sobre las vendas...
-Debo la vida a tus ideas... -musitó mientras la pala, kilómetros más allá, dejaba caer los últimos granos de tierra.



domingo, 14 de abril de 2013

La vida en la muerte


-¿Por qué los demás hacen que te odies a ti misma?

+Porque son estúpidos, porque son cobardes, porque pueden cambiar las cosas pero deciden perpetuarlas. Hace no mucho tiempo pensaba que cada vida, que cada ser humano era valioso... pero esa afirmación categórica se ha ido matizando con el tiempo, ahora digo que solo una inmensa minoría de esos seres humanos es valiosa, y que el resto, no sé si lo merece, pero por mi se pueden morir. Me hacen daño, me provocan dolor, mutilan mis ideas, y ante un buen futuro, que podría existir, prefieren naranjas mecánicas y un gran hermano. Ellos tienen miedo del miedo, yo tengo miedo de que esa inmensa minoría se reduzca aún más. 

-Creo que nunca te lo he dicho, pero hay algo que admiro de ti, algo que admiro muchísimo, tu sentimiento... cómo te enardeces, te entristeces, te decepcionas, la magnitud de tu alegría cuando te dan un pequeño, diminuto, motivo para alegrarte, la fuerza de tu esperanza y el amor que sientes incluso hacia el odio. Admiro la fuerza de tu vida... porque tienes la vida corriendo por tus venas. Yo soy un simple cascarón vacío que tan solo quiere que le dejen seguir en su vacuidad, rodeado de sus pocos vicios y con las inquietudes que aún le mantienen como las máquinas al moribundo...

+¿De verdad piensas eso de mí? Yo solo quiero que me dejen en paz...

-... ¿Y tú?, ¿les quieres dejar tú en paz a ellos?

+Lo único a lo que aspiro es a beber un buen café, leer un buen libro, un buen beso... pero las cosas no son tan sencillas, se empeñan en complicarlo todo... para beber café, tienes que comprarlo; para leer un buen libro, tendrías que haber nacido unos siglos antes; y para tener pareja, tienes que ser de una determinada manera... 

-¿Ves?, ese sentimiento...

+No es un sentimiento, ¡es sentido común!

-La vida corre por ti, y la vida te va a matar.

sábado, 13 de abril de 2013

Amor y odio




-Primero te tienes que amar a ti mismo para poder amar al resto

+¿Y qué pasa cuando te odias a ti mismo porque odias al resto?

martes, 2 de abril de 2013

Poetas muertos


El presente es una barbarie, el sinsentido ha superado a la visión del poeta. Sus imágenes y sus poemas perecen, atravesadas las vitelas y las menudas letras, bajo la atroz metralla del egoísmo humano. Metralla que atraviesa los cerebros y su imaginación en pos de un futuro mísero y quebrado.

No habrá poetas futuros, solo artistas vacíos incapaces de comunicar su absurdo porque su público se dejó arrancar los oídos.

Sin entendimiento. ¿Corazón?, vendido.

No habrá artistas que enfrenten el mundo, el mundo ha dejado de existir, porque es el arte quien ha muerto, y no dios. Porque la belleza fue fusilada.

No se esfuercen. Toda letra se envilece bajo la insensible mirada del mundo que los vencedores han creado. Poetas que nacisteis ya muertos, ni siquiera podéis rimar el nombre de vuestra fosa.