sábado, 28 de diciembre de 2013

Sobre la ley del aborto


Parece mentira que me vea "obligada" a escribir sobre esto, pero como mujer creo que es mi deber decir lo que pienso al respecto. Está claro, siempre ha sido así, que en las épocas de grandes convulsiones sociales (aunque lo social sea engullido por lo económico, las personas no importan, quedan escondidas tras la sombra del dinero) los primeros que pierden derechos sean los que se consideran más débiles, y la mujer, al parecer, a ojos de esta gran industria que llamamos estado, sigue siendo débil. El estado parece haber olvidado la fuerza de las mujeres, tal vez no estaría de más recordárselo, más por dignidad que por fuerza.
 Sí, por DIGNIDAD, porque al fin y al cabo todo se reduce a eso, a la dignidad de las mujeres y al respeto que como personas merecemos. Así pues, hablemos un poco sobre la futura ley del aborto, y digo futura porque lo será, porque son mayoría aunque en minoría y porque, aunque no lo fueran, en este país mandan más (desde siempre, echad un vistazo a la historia) los cojones, ("por mis cojones"), que los votos. Sí... hablemos del aborto, pero no sobre aquellos aspectos del aborto que todo el mundo discute, sino sobre lo que se oculta pérfidamente detrás de esta ley.

En primer lugar yo me pregunto ¿por qué?, ¿por qué un hombre puede decidir cuándo ser padre, pero a la mujer se le niega ese derecho, es más, se decide por ella, sin consultarla? ¿por qué un hombre puede decidir no tener descendencia y "aquí no pasa nada", pero si una mujer decide lo mismo es casi un escándalo, algo "antinatural"Se puede considerar (yo no lo hago) que en la naturaleza de la mujer está ser madre, de acuerdo, pero hay quien decide no serlo, por los motivos que sean (para eso somos racionales, para pensar, que es lo que nos distingue de los animales) ¿es por ello menos mujer?, ¿por qué se mira raro y se marca a estas mujeres?, ¿por qué se les intenta "convencer" de tener hijos?, ¿por qué se les machaca una y otra vez con lo "bonita" que es la maternidad?. Esas personas no quieren tener hijos y, como personas libres, tienen todo el derecho del mundo; como personas libres no se les tiene por qué machacar ni marcar por ello, porque es una decisión personal como otra cualquiera. ¿Por qué entonces a una mujer se la cuestiona por no querer tener hijos, pero a un hombre no? no vayamos diciendo por ahí que no vivimos en una sociedad machista, ni en una sociedad patriarcal cuando está claro que no es así; que no se nos llene la boca de lo avanzada que está nuestra sociedad, de hasta dónde hemos llegado, de lo que hemos evolucionado... y por supuesto que no se nos llene la boca cuando decimos que en este país (que en el mundo occidental, mejor dicho) la mujer es igual al hombre, porque no es así. Si la mujer fuera igual al hombre, la mujer tendría exactamente el mismo derecho a decidir sobre su cuerpo y sobre su vida que el hombre...

A veces se olvida, pero hay que tener en cuenta que no estamos hablando sólo de que decidan sobre nuestro cuerpo... a veces olvidamos que tener un hijo cambia por completo la vida: están decidiendo sobre nuestras vidas, sobre nuestra libertad personal. El nacimiento de un hijo marca un antes y un después en la vida de una mujer (y de un hombre), ya no solo respecto a su estilo de vida o economía, sino en el ámbito personal, a la hora de tener un hijo es necesario plantearse si de verdad se está preparado (de forma individual) para una responsabilidad tan grande, responsabilidad que cargarás durante el resto de tu existencia... Y creo que nadie, absolutamente nadie, y mucho menos el estado, es quién para decidir eso por una mujer. No somos animales de cría, somos mujeres, somos personas.

Me parece cuanto menos irrisorio que se esté defendiendo la "vida", pero que para ello se esté pisoteando la vida de las personas que realmente están vivas, que existen, que piensan, que sienten... somos mujeres, no somos animales, podemos decidir, tenemos el derecho a decidir y se nos está privando de ese derecho, ¿acaso no es eso algo inconstitucional? inconstitucional no sé, pero denigrante sí que es. No escondamos la raíz machista de este asunto tras el término abstracto de "estado" ese estado no está decidiendo por nosotras, lo está haciendo el machismo, el machismo más descarado y retrógrado.   
Creo que bastante peso soportamos ya las mujeres aún a día de hoy (tristemente) como para que encima se crean con potestad de decidir por nosotras; creo que bastante esclavizadas seguimos todavía como para que encima se atrevan a decidir sobre algo que es eminentemente NUESTRO. Si nos prohíben el aborto, nos prohíben decidir; si nos prohíben decidir, nos prohíben como personas. No se trata de tener un hijo o no tenerlo, se trata de defender lo que somos: MUJERES, mujeres no solo por parir, sino simple y llanamente MUJERES.


domingo, 29 de septiembre de 2013

Bajo la lluvia


El cielo pesaba demasiado sobre sus hombros. Por los edificios resbalaba el agua, que lavaba el polvo de las calles y el aire, aire que entraba por sus pulmones y le permitía un instante más de vida. Las pequeñas gotas chocaban contra sus ojos casi cerrados, el pelo mojado se pegaba a su cara y sentía cómo el frío se instalaba poco a poco en todos los rincones de su cuerpo. Sin embargo, en absoluto sentía frío, la lluvia llevada por el viento asediaba su cuerpo, pero acariciaba su más recóndita conciencia del yo.

Podían verla a lo lejos, bajando la pequeña pendiente antes de llegar a la plaza. Andaba despacio, como si no estuviera lloviendo a mares o no llegara tarde. Veían el agua resbalar por la forma de su cara hasta precipitarse al vacío desde su barbilla, otras gotas de lluvia tenían más suerte y se precipitaban desde sus pestañas o desde el olor de su pelo.

Se sorprendió pensando que no quería llegar a su destino, que quería seguir vagando bajo aquella lluvia sin pensar o sentir nada más allá que el frío calando de vida su cuerpo. Sólo quería sentir la lluvia impactar suavemente contra su rostro.
-¿Cómo no coges un paraguas con la que está cayendo?
+No suelo usar paraguas. Me gusta la lluvia.
-Te puede gustar un poco de lluvia, pero no esta lluvia.
+Hasta ahora no sabía que me gustara tanto. Venga, vámonos.

Iba a salir del soportal, como el resto, pero decidió plegar el paraguas. Ella lo vio y se acercó, dispuesta a caminar a su lado.
-Estás empapada.
+Y tú lo vas a estar dentro de poco.
-Tengo curiosidad.
+¿De qué?
-No sé.

Caminó de nuevo bajo la lluvia, declinó la amable oferta de un paraguas porque no lo necesitaba, pero se lo volvieron a ofrecer insistentemente. Le resultó curioso ¿Por qué?
+¿Por qué ese afán por cubrirse de la lluvia?
-Pensé que ya tendrías respuesta para eso.
+No. Simplemente, cuando he salido de casa y he visto que estaba lloviendo, me he dicho... "no necesito un paraguas". Y salí a la calle. Entonces tan solo chispeaba, luego rompió a llover más fuerte, pero seguía pensando que no lo necesitaba.
-Sé que tienes la respuesta.
+Si tanto sabes, de qué tienes curiosidad.
-Esa no es la pregunta que buscas.
+¿De qué tienen miedo a enfrentrarse?, ¿de qué tienen miedo?, ¿de la vida?
¿Por qué llevaba paraguas?, ¿por qué no lo usaba? ¿Le hacía creer que sabía más, o en realidad sabían lo mismo solo que de diferente forma? El agua se enredaba en sus rasgos.
+¿Qué sabes tú?
-Sé pocas cosas. Sé que la lluvia cae y moja.
+Sí, yo también sé eso.
-También sé que hay gente a la que no le gusta mojarse.
+Y gente a la que no le importa.
-O lo necesita.
+O lo necesita.

Se habían perdido en el entresijo de callejuelas estrechas. Esferas de luz colgando de la niebla era lo único que les permitía ver algo a su alrededor. Ni siquiera veían la lluvia, solo sabían que estaba allí porque la sentían resbalar por su piel.   
+Se cubren de sus miedos y, al cubrirse de sus miedos, se cubren también de la vida
-Ahora mismo dirían que estamos perdidos...
+... ahora mismo dirían que estamos mojados.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Eterno retorno


Llamémoslo eterno retorno. Todo está ¿condenado? a repetirse. Un principio y un fin, en línea recta, que se suceden en infinitas muertes e infinitos nacimientos que alumbran los mismos acontecimientos. Pues muy bien. ¿Y qué sentido tenemos nosotros en ese ir y venir de principios, y fines, y de tiempo, y de acontecimientos, y de... qué se yo. Nosotros, simples puntos que se suceden en esa línea recta que avanza inexorablemente de un principio a un fin, ya sea el de la "realidad" o el de nosotros mismos; nosotros, que en manos de esta fuerza inexorable aparentemente no podemos hacer nada, salvo vivir la mejor vida posible, por si se vuelve a repetir que tengamos, al menos, el deseo de repetirla; nosotros, que somos conscientes de ese eterno retorno y, aún así, seguimos viendo el tiempo como una línea recta, porque nos lo enseñan. Igual que nos enseñan a replantearnos los principios, y a dudar de todo lo que vemos... pero de qué sirve eso, si no hay nada que replantear, ni que dudar, el eterno retorno está ahí, se palpa, se lee, se ve, se asiste en primera fila. Somos puntos situados en un eterno retorno que saben que tienen que replantearse las cosas y dudar de lo que ven y de lo que conocen, incluso dudar de lo que ni ven ni conocen; somos puntos enseñados a inmolarnos pero sin la valentía de hacerlo, porque ser punto es muy fácil, ahí, en medio de la recta condenada a repetirse. 


No sé, puede ser una alevosía decir que si un punto se atreviera a explotar y realmente se replanteara los principios, dudara de lo que existe y de lo que no, pudiera acabar con esa "sensación" de eterno retorno que tenemos el resto de mortales puntos. O tal vez acabara solo con "su sensación" de eterno retorno y el resto de mortales puntos siguiéramos esperando, en fila, a que todo comience y vuelva a terminar. Y ese es el problema. Si la historia se repite, si seguimos siendo los mismos que hace siglos, si nuestra vida no tiene ningún tipo de sentido es porque no estamos dispuestos a inmolarnos. Tenemos las herramientas, tenemos la capacidad, lo que no tenemos es la voluntad. Nos domina el miedo. Nos conformamos con vivir una vida que nos gustaría repetir, pero nos olvidamos de hacer un mundo mejor donde nos gustase vivir una y otra vez. Y eso... eso no es algo de un solo punto, eso es algo de todos los puntos que, unidos y sin miedo, forman una línea recta. 

Tenemos miedo... miedo de ese vértigo que sentimos cuando nos replanteamos los principios y no sabemos qué hacer a continuación, cuando dudamos de todo lo que nos rodea y no existe una respuesta clara y unánime a todas las preguntas que, de repente, surgen ante nosotros. Porque nos han enseñado que toda pregunta tiene que tener una respuesta y, el hecho de no hallarla, nos produce auténtico pánico. Quizás no todos los puntos estén preparados para inmolarse, o tal vez ignoran (o deciden ignorar) sus posibilidades y simplemente se resignan, negada la voluntad por ellos mismos, a sucederse unos tras otros y perpetuar así una especie muerta, pues, unos tras otros, matan la voluntad que da sentido a sus vidas. 

Tenemos la posibilidad, capacidad, herramientas y mecanismos para romper con todo, para empezar de cero, para hacer algo bueno... llamémoslo eterno retorno con mejor habitabilidad. Tenemos la voluntad, intrínseca en nosotros, para llevarlo a cabo. Lástima que esa voluntad sea un punto anulado en fila o contra la pared de una línea recta.


martes, 27 de agosto de 2013

La bestia

Es una bestia colosal. De tamaña fuerza, que no puede ser ni siquiera concebida. Sucia, maloliente, inmunda. Apesta, por mucho que se perfume, y no deja de ser horrible a la vista aunque esconda su desnudez con suaves sedas. Porque siempre va desnuda y aún así, sin artificio de ninguna clase, nadie la reconoce hasta que es demasiado tarde. Puede aparentar ser inocente, un tierno cachorrito escuálido y sarnoso de grandes ojos perdidos en sus cuencas que reclama atención por nimia que sea, pero en realidad, lo que esconden sus cuencas, no es más que odio y dolor. Animal y humano, porque el humano, al fin y al cabo, no deja de ser un animal un poco más sofisticado. Su apariencia humana se desdibuja, grotesca a la vista, el espinazo se dobla hasta alcanzar la postura primigenia, pies y manos parecen ser la misma cosa y los dientes se alargan para no correr el riesgo de dejar escapar a la presa. Amarillos e infectos guardan sin demasiado celo una lengua viperina que olvidó su idioma. Sólo gruñe la profunda garganta, y a pesar de no pertenecer este habla a ninguna civilización conocida, todo el mundo parecer entenderla, a todo el mundo parece convencer.
Y es que, a pesar de la inmundicia de su apariencia, de la repulsión que genera a los cincos sentidos, es una bestia persuasiva, ya sea con esos gruñidos que son sus palabras, o mediante la fuerza que imprimen sus puños que son garras capaces de desgarrar el alma. No hay que subestimarla. Es una bestia que tiene en su haber gran cantidad de artimañas y razones carentes de razón que sin embargo convencen a los más razonables hombres de todas las eras existentes y por existir. Está acostumbrada a masticar la integridad, a maltratar al débil, pues, sádica, eso le divierte más que matarlo de un golpe.

La historia cuenta, pues esta bestia, inmortal, ha vivido todos los siglos desde que el hombre es hombre y aún cuando ni siquiera era hombre, que este engendro de la naturaleza habita en oscuras, húmedas y profundas cuevas. Son tan hondas y oscuras que no hay en ellas ningún ser vivo, ni siquiera plantas, pues la luz del sol queda demasiado arriba para poder sustentarlas. ¿De qué se alimenta? Sale a cazar, cuando el hambre la tortura o por simple gula, y no utiliza para ello arma alguna, tan solo necesita para perpetuarse la debilidad de sus presas, aunque a veces, por diversión, persigue hasta la extenuación a víctimas fuertes que, ante su persistencia o la persuasión de su discurso, caen doblegadas a su merced. Es con estas presas con las que más disfruta, pues su victoria es mayor, por ser más costosa, y la derrota del enemigo más grande, por ser este más fuerte. Hay veces que se contenta con matar y alimentarse, otras, se divierte descuartizando a su indefensa presa, comiendo parte a parte los miembros de su cuerpo, masticando hasta el túetano de los huesos. Pero su pasatiempo preferido es manipular, sí, manipula a sus víctimas, les ofrece seguir con vida a cambio de que le proporcionen otras con las que pasar el rato. Y así, el dolor y el odio que genera, se va perpetuando, sin dejar de alimentarle. 
Todo esto le divierte, se siente superior, ya dije que era una bestia colosal. Hay hombres que se han enfrentado a ella, han intentado cazarla, sin éxito; encadenarla, fracasaron; doblegarla, cayeron a sus pies; persuadirla, fueron aniquilados. Todos y cada uno de ellos malograron en sus intentos, sus voluntades fueron aplastadas, ya fuera por su retórica endiablada, por la violencia de sus últimos recursos o incluso por la fidelidad de sus siervos. Da igual cuánta fuera su integridad o sus buenas intenciones, cuán fuerte fuera su voluntad, sus deseos o convicciones... la bestia no entiende otro idioma que no sea el del odio, el del sometimiento y el de la fuerza

Capaz de ver más allá de las apariencias, los más oscuros deseos de quien a ella se acerca se muestran cristalinos ante sus ojos, expuestos como trofeos en sus vitrinas. Manipula la voluntad humana a su antojo, haciendo de ella burdo pelele, marioneta entre sus sucias garras, cuyos hilos son los deseos más perniciosos, dañinos e inconfesables que pueda encerrar el alma. Titiritero que deja a su paso montañas de cadáveres, parajes desolados, ciudades derruidas, ríos ensangrentados y campos abonados con el sudor, la sangre y la dignidad de las miles de víctimas que se suceden desde el inicio de los tiempos. Titiritero sin reparos, sin moral ni juicio. Una bestia de sombra humana que no detiene ninguna cadena ni aprisiona ninguna celda, que no atiende a ninguna razón, que no persuade ningún discurso, que no entiende de edades ni razas ni sexo... una bestia que el hombre jamás ha sido capaz de cazar, la única bestia que es capaz de destruir al propio hombre, desde dentro, como los gusanos que corrompen la manzana. Se llama Poder, bestia colosal que nadie ha conseguido domar. 


lunes, 5 de agosto de 2013

Consecuencias

-Tiene hambre.
+Dale el pecho.
-¿Crees que no lo he hecho? no tengo más leche...
+¡Mierda! -exclamó a la par que daba un puñetazo a la pared, la sangre bañó sus nudillos instantáneamente.
-Véndelas cariño... es igual si nosotros no comemos, el bebé tiene que comer... tiene que comer...
+Lo sé -se limitó a decir, hosco- ahora vuelvo.
Cerró la puerta del corral que había ocupado camino al norte. Por mucho que se tapara los oídos no podía dejar de escuchar el llanto insistente de su bebé. Un llanto desgarrado, a veces sin lágrimas, simple llanto que reclamaba comida, el llanto de una ser indefenso que depende de los demás para su supervivencia, ese llanto primitivo que alertaba de gases, miedo, sueño, excrementos... o, en este caso, hambre. El llanto que tantas noches le había levantado para que le acunara, un llanto que, de un tiempo a esta parte, era cada vez más frecuente y desesperado.

Caminó unos kilómetros hasta el pueblo más cercano, cargado de las dos gallinas que había robado el día anterior y la lechuga casi podrida que había encontrado en un huerto abandonado esa misma mañana. El pueblo, situado en un valle, parecía abandonado. No se encontró a casi nadie por la calle, y los pocos transeúntes con los que se cruzaba bajaban la cabeza a su paso y se escabullían rápidamente por alguna callejuela. Se dirigió al centro de salud, aún a sabiendas de que no encontraría a ningún médico, así fue. Ya no había médicos en los pueblos, mucho menos en un pueblo tan pequeño como aquel, todos se habían marchado a las ciudades o a las cabeceras de comarca... resignado, se dirigió al primer establecimiento que vio abierto.
Cuatro parroquianos con los ojos hundidos en sus jarras de cerveza, chatos de vino o tacitas de café bajaron aún más la cabeza cuando le vieron entrar por la puerta. El responsable del local, detrás de la barra, estaba sentado en un taburete y secaba distraído unos vasos. Se giró al oír la puerta:
-¿Qué desea tomar?
+Nada... lo siento, no vengo a tomar nada... vengo a pedir ayuda ¿Me pueden dar algo de dinero a cambio de estas gallinas y esta lechuga? Tengo un bebé y necesito comprar leche. No tengo dinero... ni nada de valor salvo esto -alzó las dos piezas- le agradecería tan solo un poco de dinero para comprar leche, o el cambio de estas gallinas y la lechuga por un litro de leche... por favor -le costaba aguantarse las lágrimas de desesperación y mucho más tragarse el orgullo. Una tenaza le aprisionaba la garganta.
El silencio inundó la sala. Silencio incómodo en el que los cuatro parroquianos y el camarero se limitaron a mirar a aquel forastero a medio camino entre la lástima y la compasión.
-Chico, aquí la leche escasea, como todo -se aventuró a decir uno de los parroquianos, el que estaba más cerca de él- solo queda una tienda abierta y no tiene muchas cosas; si quieres leche, de nada te servirá el dinero, aquí la gente ya se intercambia las cosas, unas por otras, y listo... pero quizás le interesen esas gallinas al de la masía de la parte baja del pueblo, prueba suerte allí, creo que aún tiene dos vacas.
+Muchas gracias señor -lo decía de todo corazón, ya se iba cuando vio al camarero internarse en lo que parecía ser la cocina.
-No se vaya, espere un momento -le dijo desde allí- no tengo leche, pero puedo darle este trozo de pan, es de hoy... no creo que venga mucha gente a comer, así es que tome.
+Muchas gracias señor -poco le faltó para llorar allí mismo, como su bebé- no sé cómo agradecérselo.
-¿Dónde se aloja, joven? -preguntó otro de los parroquianos.
+En... en un corral abandonado a unos kilómetros de aquí -balbució con vergüenza, bajando la cabeza para que no le vieran las lágrimas que empezaban a inundar sus ojos- allí me esperan mi mujer y mi bebé.
El llanto clamoroso acudió a su cabeza como un eco lejano.
-¿Por qué no se vienen al pueblo? aquí les podríamos dar aunque sea alojamiento, no tenemos muchos alimentos... pero quizás a cambio de trabajo el de la masía, que es viejo y no puede apenas moverse, le dé algo de comida...
+No... no nos gusta abusar de la hospitalidad de la gente... ya... ya bastante están haciendo ustedes por nosotros -el orgullo le quemaba en la garganta... deseaba con todas sus fuerzas que insistieran en la idea.
-¡No sea usted ceporro! si tiene un bebé mejor será que esté aquí, en un sitio caliente y cobijado, que no en un corral perdido en la sierra. Se quedan si hace falta en mi casa.
+No queremos ser una carga señor... sólo estamos de paso, vamos al norte... tan solo hemos parado para coger fuerzas.
-Pues descansarán en mi casa. Vaya a buscar esa leche y luego traiga a su mujer y a su bebé aquí, los llevaré a mi casa y allí se quedarán hasta que al menos les vea un médico.
+Gracias señor... infinitas gracias, no sé cómo agradecerle esto... nosotros... -rompió a llorar en silencio, con la cabeza aún gacha para que no le vieran. La voz se le quebró. Incapaz de pronunciar una sola palabra más, salió de allí apresuradamente y se encaminó hacia la masía.

Fue corriendo, con el fin de que el aire que le chocaba en la cara perdiera sus lágrimas. Una vez fuera del pueblo, tomando una vereda casi invadida por la vegetación y tras caminar una media hora, divisó la masía; aunque más que una masía le pareció una casa de campo diminuta con un huerto al lado y un corral. Conforme se acercaba pudo oír el rebuznar de un asno y el mugir de una vaca que acompañaron por un momento al eco del llanto en su cabeza. El huerto tenía nada más que cuatro surcos con lechugas, patatas y algún que otro calabacín. La puerta de madera estaba abierta, el interior parecía oscuro.
+¿Hay alguien? -trasteó en la puerta.
-¿Quién es? -preguntó una voz anciana desde el fondo de la casa. Enseguida escuchó pasos que se acercaban con parsimonia- ¿quién eres tú?
+Buenas tardes señor... me han dicho que venga aquí, que es usted el único que tiene leche... verá, tengo una mujer y un bebé, necesito leche urgentemente, sólo tengo estas gallinas... si a usted le interesa...
-¿Gallinas dices? ¡pero si están muertas! a mí me interesan vivas, muchacho, para que den huevos y esas cosas.
+Lo siento, señor, es lo único que tengo... -el hombre examinó las piezas de cerca.
-Encima hace tiempo que están muertas... estoy hay que cocinarlo ya o no servirán para nada.
La desesperación se adueñó de él. El viejo, un viejo de campo, bruñido por el sol, con arrugas incontables y profundas, flaco, más bien escuálido, sin apenas pelo y el poco que tenía frágil y blanco... ¿qué podía esperar de aquel hombre?
+Señor... necesito la leche urgentemente -imploró con lágrimas en los ojos- mi bebé tiene hambre, mi mujer no tiene más leche... necesito esa leche, ¿lo entiende? A cambio puedo trabajarle el huerto o atender a los animales por usted, mi mujer puede limpiar la casa, estaremos unos días en el pueblo... tan solo estamos de paso -se repitió, casi para sí mismo, como si se tratara de una oración.
-No hace falta que digas más muchacho, te iba a dar la leche sin necesidad de que me soltaras esa perorata. Yo ya estoy viejo y enfermo, me quedan dos días y medio en este mundo, me da igual beber leche que no beberla. Puedes quedarte con las gallinas... -desdeñó con un gesto- pero no te garantizo que esa vaca cabezona y vieja te dé leche suficiente... pensaba matarla la semana que viene.
No sabía qué palabras decirle a aquel viejo para agradecerle su gesto, después de todo, la suerte parecía seguir teniéndole algún aprecio. Decidió cogerle las manos y estrechárselas con fuerza a falta de palabras mejores, pues no le salían otras que no fuera repetir una y otra vez "gracias, muchísimas gracias, no sé cómo agradecerle esto".
Se dirigieron al corral, angosto, oscuro, con olor a mierda y el suelo de paja sucia; allí convivían en aparente armonía el asno y la vaca, y la única luz que entraba era la de la puerta. El viejo le pidió que cogiera al animal y lo atara fuera, así lo hizo, luego le mandó a por un cubo de latón al interior del corral. El viejo, sentado en el poyo de la puerta, colocó a la vaca para ordeñarla, pero el animal se resistía.
-Vaca tonta, ¡deja de moverte!, ceporra inútil... ¡deja de moverte te digo! -le arreó un garrotazo en el lomo y la vaca por fin se estuvo quieta y se dejó ordeñar.
Apenas cayeron unas cuantas gotas de leche. La desesperación inundó su alma y de nuevo le asaltaron las ganas de llorar. Las lágrimas le ardían en los ojos, no sabía si de rabia, impotencia o las dos cosas; le entraron ganas de matar a la vaca, de pisar el huerto y de quemar la casa... el viejo le miraba con infinita compasión en los ojos, incapaz de hacer nada más.
-Lo siento joven... ya le dije que la vaca es vieja y da poca leche... pero no desespere -sus ojos pardos, velados por la telaraña del tiempo, le miraron directamente, quizás precisamente por su vejez le inspiraron cierta esperanza- tal vez el bebé pueda digerir un buen caldo de esas gallinas.
Tal vez... ¿y si no pudiera?, ¿qué pasaría entonces? No quería ni imaginárselo, no tenía fuerzas para imaginárselo... Agradeció a aquel buen hombre su ayuda y le prometió trabajo a cambio de comida si él quería, el viejo le dijo que no le vendría mal, que para sus años tenía suficiente con las cuatro verduras que le daba el huerto.
Con esas palabras se encaminó de vuelta al pueblo, entró en el bar y le pidió al dueño que le hirviera la leche. Desde allí se fue al corral. Por el camino le asaltaron mil dudas y otras mil posibilidades, a cada cual más horrible y atroz ¿Estaban sentenciados?, ¿por qué les pasaba aquello?, ¿qué habían hecho ellos para merecer aquella desgracia? Tan solo estar en el momento y el lugar equivocados, ellos no habían hecho nada más...

+Coge las cosas, nos vamos -dijo irrumpiendo en el corral, su mujer se asustó.
-¿A dónde?, ¿y la leche?
El bebé dormía en sus brazos, una pequeña bolita de carne entre gruesas mantas.
+Al pueblo, la leche está allí. Vamos, deprisa, recoge todas las cosas -ordenó apenas en un susurro a la par que metía atropelladamente las mantas que tenían en el petate.
Recogieron sus pocos enseres personales y, él cargando con los dos bultos y ella con el bebé en brazos, bajaron la pendiente hasta el pueblo. Su mujer llegó exhausta, el bebé se había despertado por el camino y no había parado de llorar en todo el último tramo. No hablaron durante el trayecto, pese a que ella le preguntaba, pero bastaron unas cuantas preguntas sin intención de respuesta por parte de él para que se rindiera y guardara un resignado silencio hasta haber llegado al pueblo. Silencio violento tan solo roto por el llanto del bebé, más violento aún, que ella intentaba calmar por todos los medios sin ser capaz, y que a él le taladraba el alma en lo más profundo.
El parroquiano que les había ofrecido su casa les esperaba de pie en la puerta del bar. Se dirigieron hacia allí con paso firme.
-¿Quién es ese?
+Nos ha ofrecido su casa para pasar estos días hasta que nos recuperemos y el bebé esté mejor.
-Cariño... -musitó ella, sin ser capaz de decir nada más, consciente como era de lo que ello suponía para su marido.
+Estos son mi mujer y mi bebé -le dijo- ni siquiera sé su nombre...
-Juan -respondió el hombre, de unos sesenta y muchos años, moreno de piel, ojos y cabello- su mujer tiene mala cara; vamos, mi señora ya hirvió la leche y les ha preparado un baño.
+Muchas gracias -lloró su mujer, a él no le quedaban ya lágrimas.
La casa no estaba lejos, pequeña, de fachada blanca, tan solo dos ventanas enrejadas que daban a la calle y una puerta de madera, sobre ella, un balcón con rejas de hierro de una pieza y una doble ventana con contraventanas también de madera, pero infinitamente menos cuidada que la de la puerta.
Entraron. Un pequeño recibidor, dos puertas y un pasillo. Una la cocina, la otra el salón, supuso que las del pasillo serían las habitaciones y el baño. El parroquiano les condujo a la cocina, donde su mujer troceaba una de las gallinas, la otra ya hacía caldo en una olla al fuego.
-No tengo biberón -se excusó la señora- mis niños hace mucho que dejaron de ser niños -pareció lamentarse- pero he mantenido la leche caliente.
Sacó el biberón del petate y se lo tendió a la señora, musitando de nuevo sus gracias, sus mil gracias, su incapacidad de agradecérselo... las palabras ya le salían solas. Su mujer, con el bebé aún berreante en brazos, tan solo era capaz de llorar. Le tendió el biberón caliente, medio lleno, y ella lo acercó a los labios del bebé, que succionó con avidez, calmado de repente. Luego, se sumergió en un plácido sueño.
Aprovecharon su sueño para lavarse y asearse un poco. El polvo del camino se desprendía de sus cuerpos, tiñendo el agua de mugre conforme resbalaba por la piel cansada, por los músculos agotados, al límite de sus fuerzas... Cuerpos escuálidos por el hambre, de rostros ojerosos y ojos sombríos.
-Sigue durmiendo plácidamente -informó la mujer del parroquiano cuando acabaron de ducharse- el bebé es precioso -les miró con alegría, pero enseguida la alegría se transformó en compasión.
+No sé qué vamos a hacer, la vaca no daba más leche... apenas le pudo sacar el buen hombre unas gotas...
-Ya he llamado al médico, en dos días estará aquí -informó el parroquiano.
+Dos días son demasiados... -sollozó su mujer.
-Las carreteras son tortuosas, en algunos tramos están cortadas... es difícil encontrar gasolina y el pueblo de donde viene está lejos. Dice que no puede venir hasta dentro de dos días, que lo trae un vecino. No podemos hacer nada más, lo siento...
+No sienta nada -se apresuró a decir él- ya han hecho suficiente por nosotros... -miró a su bebé con aprehensión- es fuerte, aguantará hasta entonces, aunque sea a base de caldo -dijo, ¿pero a quién?
-Hay que tener fe muchacho... -musió la mujer del parroquiano.
¿Fe?, ¿qué fe?, ¿en qué?, si existiera un dios, no permitiría que su bebé se muriese de hambre, le hubiera gustado gritarle... pero no, aquellas gentes no se merecían que pagara con ellos su rabia. ¿Fe?, ojala pudiera tener fe, ojala hubieran bastado las miles de oraciones desesperadas que había elevado a no sé quién, quien quisiera escucharle... esas oraciones, fruto de su desamparo, de su frustración por no poder hacer nada más para proteger a su familia... no había sabido protegerles... primero la guerra, luego las humillaciones, luego el hambre... y luego más hambre y más hambre. "Emigra", le habían dicho, "tu familia es más importante que las ideas", ¡claro que lo era!, no hacía falta que un vecino entrometido se lo dijera... ya había renunciado a todo, su identidad, su vida, su honor, su orgullo, su dignidad...
+Esperaremos al médico -sentenció. Su mujer lo miraba, ni siquiera podía soportar ya su mirada, tan llena de compasión, como las demás... -cariño, ¿por qué no duermes un poco?, iré a hablar con el hombre de la vaca, a ver si me da trabajo, -mintió, lo único que quería era estar solo- no quiero abusar de estas personas.
-No debes preocuparte por eso hijo... -dirigió una mirada fulminante a la mujer, enseguida se arrepintió de ello y salió atropelladamente de la casa, avergonzado, ¿de qué?... si él no tenía culpa de nada.
+Perdónele -oyó que le decía su mujer- sólo está preocupado y esto nos supera...
-Esto superaría a cualquiera -tranquilizó el parroquiano- vaya a dormir, le sentará bien, yo iré a hablar con su marido.

El parroquiano no pudo encontrarlo, se había esfumado. 
Caminaba sin rumbo, sumido en pensamientos a cada cual más funesto. No tengo culpa de nada... yo no he elegido esto, estaba en el lugar y momento equivocados, no he elegido esto, he hecho todo lo posible por escapar, les he dicho lo que querían oír, he sido quien han querido que fuera... y no ha sido suficiente... ¿por qué yo? no tengo la culpa de nada... Hacía calor, mucho calor, y en seguida empezó a sudar a borbotones. Cayó a los pies de una encina, sometido por sus aciagos pensamientos más que por el cansancio acumulado ¿Qué tengo que hacer?, ¿qué hago para que esto pare?, no puedo... no puedo esperar sentado a que se muera entre mis brazos... Apuñaló con su rabia al tronco del árbol que, firme, aguantó la tormenta de golpes. Así lo encontró el parroquiano, que no sabía si acercarse o quedarse donde estaba.
-Tiene que ser fuerte... y aguantar un poco más.
+¿Hasta cuándo?, ¿hasta que mi bebé se muera de hambre delante de mis ojos? -sollozó. ¿Y quién es fuerte por mí?
-Aún no sabemos qué va a pasar. No voy a dejar que ese bebé muera, y usted tampoco.
+Eso no depende de nosotros... y no sé de quién depende, pero sé quién tiene la culpa -musitó con infinita rabia.
-No gaste sus energías en buscar un culpable que no existe. Esto que ha pasado no es culpa suya, ni mía, ni de aquellos ni de los otros. Es un sinsentido. Ni ellos han ganado, ni nosotros hemos perdido, siquiera hay un hombre detrás de todo esto... tan solo un deseo, una ambición que ni entendemos ni estoy seguro de que ninguno de nosotros sepa o pueda controlar. No se martirice con cosas que no existen y guarde sus energías para cuidar de su bebé y de su mujer como lo ha hecho hasta ahora.
+¿Y si no puedo hacer nada más para protegerlos?, ¿y si no ha sido suficiente?, ¿y si lo he hecho mal? ¿Qué hago?, ¿me cuelgo de este árbol porque no tengo a nadie a quien echar la culpa más allá de mí mismo?
-Vivir. Eso es lo que tiene que hacer. Vivir.
+No podría...
-Sí que puede ¡levantase joder!, después de todo lo que seguramente ha visto, de todo lo que seguramente ha vivido ¿aún no se ha dado cuenta de que estamos aquí para vivir y que igual que vivimos vamos a morir? esto es así, joven, ¡es absurdo! y siempre lo ha sido, ¿la diferencia?, que ahora somos conscientes, vemos, palpamos, sentimos y sufrimos ese absurdo. No le estoy diciendo que, si pasa lo peor, simplemente lo olvide o lo entierre y no vuelva a mencionarlo jamás. Si ocurre, será algo con lo que cargará el resto de su vida. Se levantará y se acostará con eso metido en la cabeza, pero tiene que seguir, porque no depende de usted no hacerlo...
+Mi mujer... -rompió a llorar, y ahora se sentía peor... de repente había recordado que en los últimos días apenas se había preocupado por su mujer, ni siquiera la hablaba, ni una mirada. Ella ha estado sola... soportando esto...
-Hay veces que no nos queda nada por lo que vivir, y es entonces cuando pasamos a vivir por los demás. Todo lo que podría haberle enseñado la vida lo está aprendiendo ahora, joven, y sé que es difícil, pero tiene que soportarlo, por ella y por el bebé.
+¿Y si el bebé...? -no podía quitarse su llanto de la cabeza, rebotaba agudo en las paredes de su cráneo.
-No adelante acontecimientos... volvamos a mi casa y descanse un poco, lo necesita. 

Durmió más de lo que hubiera deseado. Era de noche. Llamó a su mujer, que contestó a apenas unos metros de distancia.
+¿Qué tal está?
-Se agita mucho cuando duerme y se despierta continuamente, pero al menos ya no llora -murmuró.
+¿Y tú?, ¿qué tal estás tú?
-Como una madre está cuando ve que se muere su hijo en sus brazos.
Rompió a llorar. Un lamento silencioso, tan solo lágrimas que se perdían en la penumbra. El pecho se le agitaba con violencia pese a sus esfuerzos por controlar el llanto. Él cogió al bebé y lo dejó en la cama. Abrazó a su mujer como nunca había hecho y como seguramente nunca más haría. Y ella lloró. Lloró todo lo que podía llorar hasta que cayó exhausta entre sus brazos. Volvió a coger a su bebé y lo acunó, a la vez que intentaba memorizar cada uno de sus rasgos, curvas y pliegues de su pequeño y delgado cuerpecito.
+Tienes que vivir -le susurró entre lágrimas mudas.

Estaba sentado en el poyo de la puerta, observando las arrugas sin fin de sus manos y recordando... como hacía años que recordaba. Sus nietos jugaban en la plaza del pueblo, gritaban, corrían y se escondían, vestidos con sus vestiditos de colores y sus zapatillas de tela. Su mujer, de pie justo al lado, se limpiaba las manos en el mandil que llevaba puesto a la par que los miraba distraída. La miró a los ojos, como tantas veces había hecho ya a lo largo de su vida, y de nuevo pudo ver en ellos aquella infinita tristeza que día y noche los ahogaba. El llanto, como un eco lejano del pasado, volvió a retumbar en su cabeza. No sólo murió nuestro bebé, muchos otros ni siquiera nacieron.

jueves, 1 de agosto de 2013

El mar




La línea del horizonte. Perfecta, pura. Sin más.

El mar se encoje, revienta con furia en la orilla y vuelve a replegarse sobre sí mismo con una fuerza descomunal; por la mañana la marea habrá olvidado conchas en la arena, que la arena a su vez dejará arrastrar por el mar cuando, hambriento, se coma la playa. 

El mar, vasto habitáculo para románticos, inspira la fuerza, la impetuosidad, a la vez que evoca la calma, el sosiego y la paz. Si existe el alma, si las almas van a parar a algún lugar, seguro que es allí, en esa delgada línea que separa los dos mundos; aquella línea donde el cielo se destiñe en colores pastel y la quieta superficie, lechosa, calmada, espera que el típico velero la surque. Reconozcámoslo, siempre que miramos al mar hay un velero ¿de dónde salen? ¿son reales? ¿los ponen ahí las agencias de viajes? 

Sigo con mi camino, los guijarros se clavan en mis pies.

Y mis miedos se reflejan en el negro manto en el que se ha convertido el agua. Su sonido, acompasado, ahora se asemeja a un lamento y mi imaginación me juega malas pasadas... Me apetece dormir allí, en la orilla mismo, junto a las olas que siguen acariciando al continente... pero el miedo asfixia al sueño. Temo que el mar me engulla, me zarandee como a un pelele y termine ahogándome con sus tenazas frías de sal. Por eso me limito a otear una vez más el horizonte, engullido por la más profunda oscuridad pese a la luna, apenas un hilo curvado colgado de las estrellas.

Hipnotizada por la soledad, en aquel páramo de arena y sal, me atrevo a que la negrura empape mis pies, y siento su frío... la humedad sujeta mi piel y la brisa me agita el pelo.
  
Cuando era pequeña jugaba con la arena, construía castillos, me bañaba en la orilla y recogía cochas y caracolas que se perdían antes de llegar a casa. Ahora cuando miro al mar tan solo quiero perderme en su belleza, robar ese maldito velero y buscar almas en el horizonte. Ahora solo quiero perderme con la palabra libertad tallada en la proa y una jodida bandera pirata ondeando en el mástil.... quizás porque he comprendido que buscar conchas en la arena, como si se tratara del más valioso de los tesoros, es un pasatiempo fútil comparado con las miles de estrellas que puedes capturar en las retinas mientras intentas encontrar aquella que te muestre el norte; quizás porque he comprendido que jugar con la arena y bañarme en la orilla tan solo son acciones fruto del apego a la tierra, mero reflejo del temor a lo desconocido que los más ancianos de mi especie han trasmitido de generación en generación; quizás porque ahora entiendo que la verdadera belleza, el significado de la verdadera libertad es lo que realmente da miedo y no el mar. El mar tan solo está ahí para que lo surques. 

sábado, 13 de julio de 2013

Materia gris


La sonata que escucho tan a menudo martillea las paredes de mi cráneo. Una dolorosa melodía de descargas eléctricas, puñales que agujerean sin piedad mi materia gris y agujas que se divierten arañando el cerebro tras el temporal izquierdo tal vez porque soy zurda... aunque no lo sé, no sé si esta sonata es de Wagner, ni siquiera sé si Wagner componía sonatas, la música es demasiado complicada para mi maltrecho cerebro, para mi temporal izquierdo acribillado de metralla.

Y aún así no puedo pararlo.

Aún cuando es una agonía y la luz taladra mis retinas, cuando las despelleja con ese sol afilado y la oscuridad y las paredes acolchadas se convierten en mis mejores aliadas; aún cuando el nervio se repliega sobre sí mismo y la punzada de dolor me dobla con él, firme, fuerte, de acero... aún entonces mi cabeza bulle en mil direcciones, mil posibilidades, mil realidades. Incapaz de ordenar tantas palabras, sosteniendo en mi mente tantos mundos como Yo y Otros son posibles e incapaz de frenar esa velocidad que me desestabiliza, incapaz al fin y al cabo de detener la vida... mi cabeza parece explotar. Pero, al contrario de lo que suelo, no imagino el seso decorando la pared, el hueso sanguinolento astillado en el suelo, sino que imagino algo mucho más simple e igualmente poético: flores, flores marchitas nacen de mi cerebro.

Todo está destinado a morir, menos lo que ya está muerto.

Sé que en mi último aliento mis abrasados ojos aún serán capaces de proyectar en sus cuencas el mundo en el que quise vivir pero no me dejaron. Habituados a la oscuridad y a las paredes acolchadas pueden pasar por locos, pero como todo loco sabe: "la locura no es cuestión de estadística". Los que se dicen cuerdos permanecen al fondo de la caverna, permanecen y permanecerán alimentándose de sombras en la pantalla. Aunque tal vez esto tan solo sea una desharrapada dicotomía para organizar el mundo, o tan solo el triste consuelo de una mente cansada que no puede pensar algo más metafísico porque tan solo pare flores muertas. 

Blanco o negro, el mundo se reduce a eso. La materia gris se destruye.

  

jueves, 27 de junio de 2013

La manzana


Es como la roja y perfecta manzana que, si la muerdes, llena la boca de gusanos. Las moras se apelotonan en las zarzas, la muerte aguarda en los acantilados y la lluvia empapa.

Una disección del cerebro nunca fue tan placentera, quizás esos cortes rectos y seguros, ese análisis de circunvoluciones regido por el método sea lo más metódico que haya tocando nunca jamás ese cerebro. Por lo demás es todo normal, nada especial. Una nariz, dos piernas, cintura y labios. Y labios.

No destaca en nada, pero la nada destaca. Es como un universo paralelo al que intenta lanzar escalas, conquistarlo, pero es difícil, y la guerra absurda. Aunque, en realidad, le gusta lo complicado, lo torturado, lo que hay que descubrir, lo que hay que entender... porque el mundo es demasiado sencillo, las personas demasiado banales y el sufrimiento demasiado importante. Le interesa más el dolor que la pena, y  más la pena que la felicidad. Porque expresa. Te hace sentir ¿Quién no ha sentido nunca pena? es un vacío clamoroso que pocos entienden, es un dolor desarraigado; y vuelta al dolor, que es lo poético.

Tocar terminaciones nerviosas. Masturbar el cerebro. Todo ello es placentero. Dibujar castillos en el aire, pero no sabe dibujar... mejor los piensa, sólo los piensa, los esboza, coloca las letras ¿para qué mas? si nadie los entiende, solo las botellas lanzadas al inmenso mar. Porque el mar es inmenso, y no quiere creer en horizontes. Los dinamita.

Pese a que es muerte, genera vida, crea vida.

Entendió el significado, destruir para construir, y quizás sea necesario destruir lo construido. Porque lo suyo es el caos, es la naturaleza, es apuñalar al horizonte... porque no quiere más momentos archivados en una memoria inexistente. Quiere vida, una pequeña e insignificante vida, como la de los gusanos de su manzana.

sábado, 18 de mayo de 2013

La realidad de la Realidad


-Esta realidad es abominable.

+Piensa que esta realidad no existe, es una construcción.

-En ese caso esa construcción es aborrecible.

+Piensa que esa construcción es nuestra.

-Nosotros somos los despreciables.

+Piensa que nosotros también somos una construcción de nosotros mismos.

-¿Entonces?

+Inventemos otra realidad, pero con una condición.

-¿Cual?

+Que seamos conscientes de que es una mentira

martes, 14 de mayo de 2013

La posibilidad



En una sala aislada del mundo, pero necesariamente en el mundo. Estaba, porque tenía que estar, porque era necesario que estuviera. No sabía si aquella era su prisión o si la prisión eran las paredes de su cráneo, ni siquiera sabía si aquello era real o hacía mucho tiempo que estaba soñando. Puede que sintiera sed, o frío, o puede que tan solo fueran pasatiempos en aquella sala tan pequeña, tan cerrada y suficiente. 


No había nada en las paredes ni en el suelo ni en el única puerta, solo la contenía a ella y ella lo contenía todo, o eso creía, tampoco sabía si eso era otro sueño. Porque soñaba mucho, soñaba cuando dormía, soñaba cuando velaba... soñaba. Y pensaba. Y a veces se pegaba contra las paredes, no sabía de qué jaula. Los días pasaban y siquiera se podía ver en un espejo. Había olvidado cómo era, pero no importaba. Nada importaba porque todo había dejado de importar.

-Cuéntame ¿cómo es el mundo fuera? 

+Se me acaban las palabras para describirlo.

-Siempre hay palabras suficientes, o te las puedes inventar.

+El cielo cada vez está más plomizo, sobre todo en las ciudades, es denso, pesado, asfixiante. Nunca ha pesado tanto sobre nosotros. Y hay polvo, por todas partes, también en los campos, donde los trigales se quiebran con el mero contacto del aire, se deshacen al tacto. La dehesa se cercó, dejó de ser libre, y el suelo, cuadriculado, perdió su vida en mano de los hombres. El agua ya no es insípida, sabe a cloro o, si tienes suerte, a barro. Los coches siguen yendo y viniendo con prisa, y las personas van y vienen de este trabajo al otro, meditabundos, sin mirar a nadie por la calle... ya no les preocupa no chocarse por las aceras, ahora les preocupa no mirarse a los ojos. Las avenidas están llenas de escaparates y los cristales siempre están muy limpios, a pesar del polvo. La gente entra, compra, y parece un poco más feliz, como si hubieran olvidado algo que les impedía no pensar.
Creo que los niños nacen tristes, apostaría a que ya ni necesitan una torta en el culo para llorar. Deberían llorar los adultos por sus hijos, pero la realidad es que no lloran, porque no saben que hay un motivo por el cual llorar. Los niños corren como antes, y juegan, pero lo hacen dentro de sus ordenadores y, aunque lo hicieran fuera, tampoco habría sol que bañara sus cabellos rubios. Las madres los cuidan, los alimentan bien con comida sintética, los llevan al colegio, a que los eduquen por ellas, y creen que hacen bien, incluso se pelean por los mejores centros... todos estudian y llegarán a ser algo, o al menos así era antes, pero la realidad es que viven igual que siempre, eso no ha cambiado. Siguen madrugando para ir a trabajar un día tras otro, gastando el poco dinero que tienen en el poco ocio que les dejan. Y leen, leen películas y ven libros. Todo está del revés, ya lo sabes. 

En las ciudades hay demasiadas personas, hace mucho calor y salir por la puerta de casa agobia. Los edificios son ya demasiado altos, los coches demasiado numerosos, los autobuses demasiado destartalados y el metro no hay quien lo pise. Todo es demasiado caro y solo la precariedad es barata. El alquitrán de las autovías hierve, las carreteras discurren por páramos irreconocibles, los postes de la luz se suceden como siempre, en línea, rompiendo el paisaje, pero ahora son muchos más. Hay más postes que árboles. Pero en las ciudades sigue habiendo parques, sin columpios, porque los niños ya no los usan; y sigue habiendo librerías, aunque ya no haya libros; y sigue habiendo teatros, aunque no haya representaciones, pero puedes seguir yendo al cine. 
Todo sigue cambiando muy rápido, pero la gente parece no darse cuenta, inmersa en sus vidas, pagando sus vidas, incluso sus muertes, todo se paga ya por adelantado. Pagar. Algo que no cambia, y que nadie olvida. Porque las personas parecen haberse olvidado de todo lo importante, tan solo trabajan y pagan, y se creen que viven... y se creen que eso es la vida, y que el mundo decrépito, sucio y gris que les rodea es su mundo, el de siempre, el que lleva girando tantos millones de años... pero no es así ¿verdad? 

Cuéntame... ¿cómo era el mundo antes?, ¿cómo era el mundo antes de que la vida muriese?

-El mundo... el mundo era vida. Las cosas giraban, nacían, crecían y se morían en ciclos interminables. Las personas también giraban, las vidas se plegaban unas sobre otras y en su individualidad creaban la historia, creaban la vida, a su paso creaban el arte.

Los campos eran interminables, se extendían hasta donde alcanzaba la vista, igual que el océano. Los bosques, con sus árboles, con sus animales, con su color peregrinaban al lado de las carreteras, que serpenteaban entre montañas. Las estaciones se sucedían una tras otra en perfecta armonía de vida y muerte. El agua corría brava por los ríos, penetraba al mar con fuerza y se perdía en el azul inacabable del cielo y de las otras miles de millones de gotas de agua. Todo era un ciclo perfecto, ese agua ascendería a las nubes y se volvería a precipitar, y volvería a recorrer los ríos, tal vez uno diferente, tal vez desembocara en un océano y no en un pequeñito mar, quién sabe, o tal vez acabaría en la cabeza de algún niño que jugaba en el barro bajo la llovizna a pesar de los gritos de su madre para que no lo hiciera. 

La gente trabajaba, igual que ahora, pero de otra forma, la gente trabajaba al igual que los animales cazan.  Y las madres contaban cuentos a sus hijos antes de dormir, los padres les enseñaban a pescar, y les compraban libros, y los llevaban al teatro y a musicales. Cuando leían libros, eran libros, y cuando veían películas eran películas, y el teatro les apasionaba, porque era algo majestuoso, magnífico, porque era la vida ante sus ojos, representada para ellos en exclusiva. Había gente que estudiaba, gente que trabajaba, y gente que divagaba, y todos eran iguales, todos eran necesarios.

Había coches, claro, y edificios, pero también había pueblos y había masías y majadas; había autovías y autopistas, pero también carreteras, veredas, senderos y caminos. Las gentes araban el campo y atendían al ganado, todo se sostenía por sí mismo, en paz, en armonía, la misma paz y armonía que pintaba Goya en sus cuadros o Sorolla. Los artistas intentaban capturar la belleza con sus pinceles y plumas, escribían versos y pintaban lienzos y bailaban por todo el mundo, tocaban sonatas, cantaban canciones... y todo ello llenaba de fuerza y de sueños los corazones de los hombres. 

Todo se sostenía a sí mismo, los hombres tenían sus miedos y sus esperanzas, sus sueños y desvelos, gozaban de la felicidad y de la tristeza. También tenían preocupaciones, como siempre, y preguntas, muchas preguntas, el ser humano nunca ha dejado de preguntar desde que es ser humano... a veces se inventaban fantásticas historias para responder esas preguntas que les avasallaban desde todos los rincones de su ser, otras veces se inventaban dioses y, otras, daban un paso más hacia el futuro. El ser humano siempre ha sido así, aunque no lo creas, creativo, ingenioso, inquieto... eso es lo que más apreciaba de la gente que me rodeaba, que ante un problema se inventaba una solución, por rocambolesca o increíble que fuera, tan solo con el propósito de ayudarte. Y el sentimiento... el sentimiento de un ser humano era lo más poderoso de la tierra, por grandes y puros sentimientos se han hecho cosas igualmente grandes, se han escrito obras perfectas, se ha pintado la vida y la muerte... Por sentimientos demasiado grandes pudimos estar mejor, pero decidimos lo contrario. 

+No creo que solo el miedo, el odio, la ira... las malas ideas, sean lo que lo han destruido todo.

-No... tienes razón. Fue la Voluntad del hombre, quebrada por cientos de años de asedio. Dejó de agacharse, arrodillarse, postrarse una y otra vez, para al fin romperse en mil añicos.

+Me dijiste que la Voluntad... era una de las cosas más fuertes del ser humano.

-Hasta la fortaleza más fuerte, firme e inexpugnable tarde o temprano cae, si su sitio aguanta lo suficiente.

+Quiero sentir todo eso... la vida, la muerte, sentir que pertenezco a algo más grande, que soy necesaria, que tengo fuerza. Quiero ser capaz de pintar la belleza, porque pueda ver la belleza a mi alrededor, quiero ser capaz de contestar todo lo que me pregunte el universo. Sentir la vida como tu la sientes a pesar de estar aquí encerrada...

-Tu voluntad no está quebrada. Si quieres sentir, tan solo tienes que sentir, aunque todo a tu alrededor esté muerto, marchito o yermo. Porque eso es la belleza. Siente lo que está a tu alrededor por pérfido que sea, retrátalo, píntalo, cuéntalo... tu mirada es valiosa.

+Tu mundo... es tan diferente del mío

-Puedes visitarlo siempre que quieras, está en mi cabeza.

+No lo olvides. Si lo olvidas, la posibilidad morirá.

-La posibilidad no muere, porque siempre habrá alguien que pregunte


domingo, 28 de abril de 2013

Ideales y sus balas


En las estribaciones de la sierra bajo el pesado sol de Granada, cerca de un bosque de silenciosos cipreses que arañan con su sombra alargada las heridas de los caídos. Sin camisa que protegiera sus cuerpos inertes, cubiertos de polvo, de los rayos abrasadores; la piel perlada de sangre reseca o coagulada de sus heridas abiertas. Rodeados de moscas. Las hormigas se acercaban en fila. 

Olía a muerte.

Se acercó, aún sabiendo que no encontraría nada, pero se acercó, era su deber. Se inclinó sobre cada uno de los cadáveres, comprobando su pulso, cerrando los ojos de los que aún los tenían abiertos, ciegos, vacíos, aparentemente contemplando el cielo azul, las blancas nubes esponjosas, los pajarillos que cruzaban de vez en cuando, las moscas...  
-Ayuda...
¡El cuarto estaba con vida! se acercó rápidamente hacia él y puso con delicadeza la cabeza sudorosa y sin fuerzas sobre sus rodillas
-Por favor...
+No hables, tranquilo... no hables.
Palpó la zona de la herida, no era superficial, aunque tampoco profunda. Quitó la tierra que se había quedado pegada a la sangre y, rompiendo su pantalón, tapó la herida con la tela, que se fue empapando lentamente. 
+Tienes suerte, la herida se puede curar. Te llevaré a mi casa, tendrás que andar un poco, pero tengo el coche cerca.
-Gracias... muchas gracias.

Cargó con él lo mejor que pudo, apenas podía andar, arrastraba los pies, sin duda estaba medio deshidratado... hacía mucho calor y el pelo se le pegaba en la cara del sudor. Pesaba mucho para ella y tuvo que descansar una vez, pero por fin llegaron a la hondonada donde había escondido el coche.
+Ya hemos llegado, te meteré en el coche, toma agua primero.
Bebió con avidez, el agua sobrante se la echó por la cabeza y luego se dejó tumbar en los asientos traseros del coche.
+¿Me dices tu nombre?
-Luis... -tosió con gran gesto de dolor, la herida sangró más profusamente.
+Tranquilo... no te esfuerces en hablar.
Ella montó en el asiento del conductor y puso el coche en marcha, intentó no hacer movimientos bruscos que pudieran molestar al herido. Tardarían un rato en llegar, pero esperaba poder salvar a aquel hombre...
-¿De qué lado estas? -preguntó en apenas un murmullo a su espalda.
+No estoy de ningún lado, no te preocupes.
-Todo el mundo está de algún lado -aseveró amargamente.
+En ese caso... estoy del lado de las personas.
Después de un relativamente corto trayecto, que le pareció eterno, llegaron a la pequeña casa casi escondida en un pequeño recodo de la sierra, cubierta por árboles casi en su totalidad, con la fachada de piedra y las ventanas tapadas con mantas. Ayudó a bajar al herido y cargó con él de nuevo hasta el baño, lo desnudó y lo metió en la bañera.
-No sé cómo agradecerte esto...
+No tienes que agradecer nada, es lo que tengo que hacer.
Su sonrisa le bastó para reconfortarla un poco, porque estaba perdiendo demasiada sangre. Después de haberle quitado toda la tierra y haberle cubierto con una toalla, cargó con él hasta una silla y lo sentó mientras despejaba la mesa y tendía más toallas sobre ella a la vez que llamaba por teléfono.
+Ven ya... te necesito... sí era cierto... ven y rápido.
Tendió al herido en la mesa, no si gran esfuerzo, era un peso muerto incapaz de sostenerse mínimamente, temblando no sabía si de frío por el baño o de miedo.
-¿Qué vas a hacer?
+Extraerte la bala, limpiar y cerrarte la herida.
-¿Lo has hecho antes?
+Alguna vez, si te consuela, no salieron mal -le sonrió, él le devolvió la sonrisa.

Puso a su alcance todos los instrumentos que necesitaba, y gasas, muchas gasas. Le colocó en la boca un palo de madera cubierto por una tela, para que lo mordiera cuando llegara el dolor, y le miró con seguridad antes de comenzar la penosa tarea. 
+Primero te introduciré los dedos para ver dónde está la bala y si se ha fragmentado, luego extraeré la bala y sus fragmentos si los hubiera, esperemos que no, y por último te coseré ¿De acuerdo? -él asintió.
Y procedió. Se puso unos guantes de látex e introdujo los dedos con cuidado en la abertura de la herida en el costado, él mordió el palo con fuerza reprimiendo un grito, y ella exploró con cuidado la zona...
+Bien... aquí está... creo que está entera ¡Desde luego que tienes suerte!
Siguiendo lo prometido, extrajo los dedos y cogió las pinzas que previamente había esterilizado mientras él se daba el baño, las introdujo y agarró la bala... esa bala, quiste de factura humana que casi le cuesta la vida. Él mordió el palo, aguantándose de nuevo un grito, procurando no moverse, como le había advertido. Por fin sacó la bala y se la enseñó.
+Aquí está ¿ves? quizás la quieras de recuerdo -bromeó.
-Quizás -sonrió él tras el palo.
+Ahora tendré que desinfectarte la herida, esto te dolerá bastante.
Cogió la botella de alcohol que tenía a su izquierda y vertió su contenido con cuidado por la herida entre los gritos de dolor de su paciente, que poco le faltaba para romper el palo. Entonces sonó la puerta, no le hizo falta girarse para saber quién había llegado.
+¿Por fin apareces, justo a tiempo, sabes que no soporto eso de coser.
-¿Vas bien entonces?
+Mejor de lo que esperaba, por suerte la bala no se fragmentó
Él se asomó por encima de su hombro, ella acababa de limpiar la herida y de esparcir yodo a su alrededor, enseguida cogió los instrumentos para coser, una aguja normal y nailon de pescar, de momento serviría, él se ponía los guantes mientras ella se los quitaba e iba al baño a lavarse la cara, llena de sudor.
+Es un amigo. Él se llama Luis. 
El pobre Luis, medio inconsciente, intentó sonreírle, aunque todo lo que pudo articular no fue más que una mueca. Ella le apartó el pelo que se le había quedado pegado a la cara y le limpió el sudor mientras su compañero comenzó a coserle, y Luis a gritar de nuevo. 
+Tendrás que ir a por los otros, hay tres más.
-Iré a pie cuando caiga la noche.

Salió por la puerta al ocaso, y ella se sentó en el sillón de oreja mirando atentamente al paciente, que tenía el costado vendado y que reposaba en el sofá, a punto de caer dormido, exhausto como estaba.
-No sé cómo os voy a agradecer esto...
+Ya te dije que no nos lo tienes que agradecer, es lo que tenemos que hacer.
-¿Por qué lo hacéis? 
+Por nuestras ideas
-Por las ideas estamos así.
+Las ideas no tienen la culpa, la tienen los hombres.
-Los hombres son títeres de sus ideas.
+Los hombres son los que deciden cómo usarlas, si para bien o para mal. 
Él sonrió y se tocó levemente la herida, la pastilla que le habían dado estaba haciendo efecto, pronto caería rendido sin apenas dolor.
-¿Qué haréis con los demás?
+Enterrarlos como se merecen.
-No los conocía... pero teníamos miedo... todos teníamos miedo -sollozó- y nos mirábamos y...
+Es conveniente que no llores, se te abrirá la herida... ya tendrás tiempo de llorar sobre el recuerdo, pero ahora intenta no pensar en ello.
-Pensaré toda mi vida en ello.
+Lo sé...
-Me gustaría conocer dónde los enterraréis...
+Te lo diremos.
-No será en una... en una...
+Luis, tendrán el entierro que se merecen, no debes preocuparte, nosotros no somos así.
Él casi estaba dormido ya, hablando medio despierto medio en sueños, ella lo miraba, con lástima, veía su cabeza reposar en los cojines, demasiado pesada, el pecho subir y bajar trabajosamente, las manos relajadas sobre las vendas...
-Debo la vida a tus ideas... -musitó mientras la pala, kilómetros más allá, dejaba caer los últimos granos de tierra.