miércoles, 27 de marzo de 2013

Crecer en el pseudomundo


Cuidan los padres de los vástagos, o al menos lo intentan. El niño aprende, el joven se rebela, el adulto se reconcilia, y ninguno de los tres entiende. Tampoco entienden los padres, que les dosifican el mundo, que les trasmiten un burdo reflejo, una aún más burda interpretación; tampoco entienden los padres, pues siendo niños, no les supieron explicar el mundo. 

Es triste en la senectud recordar la sublimación del mundo cuando se fue niño. Es vergonzoso en los cuarenta ver cómo has renunciado a tus sueños de adolescencia, cómo te has olvidado de la rebeldía, incluso de la poesía, esa poesía que solo se ve cuando se es joven. Es trágico que los años en los que más libre eres, desees con todas tus fuerzas "ser mayor", crecer, ser adulto... o lo que es lo mismo, esclavizarte con los años y a los años, que tu cuerpo se aje y torne pesado, olvidarte de los sueños.

Papá, mamá, de chica no me explicasteis que los sueños no son para siempre; me dijisteis que tuviera cuidado con los desconocidos, pero no me advertisteis nada del mundo... me dijisteis que las flores florecen en primavera, pero olvidasteis mencionar que mueren en otoño; me contasteis cuentos de princesas y príncipes, de monstruos y brujas, pero no me contasteis que no son solo fantasía, que existen en múltiples facetas... tal vez creísteis (necios) que no lo comprendería, no subestiméis el entendimiento de un niño, que en su pureza, tan cercana a la naturaleza, comprenden su carácter destructor. 

Papá, mamá, de chica solo me contasteis lo bueno, visión sesgada de esto que llamamos mundo y, ante la maldad, la desgracia, el odio, la injusticia, la tristeza... pretendisteis guardarme, como si fuera una joya demasiado valiosa para que el mundo se reflejara en sus caras. Me dijisteis "cariño, mi niña... esta es la vida" y me la diseñasteis con ínfulas de dioses, me predeterminasteis, focalizasteis mi mirada... y yo me lo creí. Lo creí todo. 

Los sueños se dinamitan en mi mente, intento reconstruirlos, ansiosa, presurosa, histérica... la vida que pensasteis para mi se destruye en el horizonte, y si no la pateo, la hago pedazos porque no me gusta. Y el orbe sigue girando, incomprensible, dañino, cancerígeno, mísero... sigue girando lentamente ante mis ojos que, a cada vuelta, lo comprenden un poco mejor. Y mi alma se entristece. Cómo escribir poesía de algo tan pútrido.

¿Cómo pudisteis ocultarme este invierno tan solo con las flores de los cerezos? Blancas, puras... como era yo cuando, siendo niña, quería ser mayor. 

Y ahora que soy mayor, quiero ser niña... porque tal vez desde los ojos de la inocencia, de la naturaleza, pueda comprender el caos que me rodea. Quiero ser niña, para volver a pintar el mundo de colores brillantes, para volver a dibujar formas majestuosas en mi mente... para poder ver lo que me rodea con algún tipo de belleza que no sea la que emerge de la tragedia. 

Es por eso, tal vez, que los padres enseñan a sus hijos la primavera y se olvidan del otoño, porque con los años se dieron cuenta de que todo es mentira, que todo es absurdo, que son más reales los príncipes y las princesas, las brujas y los monstruos, que las personas. 
Quiero creer que en su infinito amor mis padres se olvidaron del otoño, porque si no es así, yo estaría cometiendo un terrible error con mis hijos. 

1 comentario:

  1. Yo quieo sé niño otra vé. Porque ji. Mamita. Donde está mi mamita. Yo sí o sabía. Sabía que en otoño se caían lazojas. Pero ezo en ernorte. Aquí en mi pueblo lozárboles son todos de hoja perenne. Porque aquí hay vida to el año.

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