miércoles, 22 de junio de 2011

Parte: XX. Inspiración



Las palabras salían de su mente y le corroían las neuronas a su paso, las quemaba como si se tratase de lejía, pero también las dejaba limpias y desinfectadas de toda la podredumbre que empezaba a emponzoñar su cabeza.

Escribía de una forma impulsiva, casi obsesa, automática, sin pensar demasiado, la razón tan solo limitaba… la razón volvía lo puro, impuro y la belleza solo un reflejo de lo que la mente concebía en su sagrada autonomía.

Aún sentía el calor de su cuerpo en las
yemas de los dedos, la presencia entre sus piernas y el olor en su piel. Escribía sin parar, no podía dejar que la inspiración se esfumara… y él, en la cama, la miraba con esa media sonrisa que le caracterizaba, siendo consciente, viendo, palpando casi los mecanismos de aquella mente que se afanaba por verter en el papel todo lo que sentía o no sentía, quién sabe… después de todo el amor no estaba diseñado para ellos.

Sacó del cajón de sus bragas lo que necesitaba, un espejo en el que se reflejaban sus ojos grises, había veces que le daban miedo, no por el color, sino por el vacío que le trasmitían… dejó de pensar y sacó la coca del bolsillo, preparó dos rayas, una para ella y otra para él, que esnifó enseguida. Ella ahora releía lo que había escrito con una sonrisa satisfecha que delataba su ego…

-Eres mi muso ¿Lo sabías?

-Algo intuía sí… -afirmó él con ese pragmatismo que le caracterizaba- toma.

-Mmmm ¿Desde cuándo estás así de generoso?

-Te hice caso, el otro día vendí un cuadro, esta es mi forma de darte las gracias supongo.

-Tú solo das las gracias o cuando estás medio muerto o cuando estás borracho o colocado, que viene a ser lo mismo –lo miró y sonrió con ironía- vale estás colocado –se acercó el espejo y con el billete que él le brindaba la coca llegó a su cerebro.

De repente le sorprendió un beso de la nada, fuerte, rudo y apasionado, húmedo y excitante…

-Aún no estaba colocado –la llevó a la cama de nuevo, aún seguían desnudos.

-¿A no? –Rió ella- ¿Me dabas las gracias en serio?

-mmm sí –rió él.

Los dos rieron y se tumbaron en la cama, en sentido inverso, como solían… luego, tan solo se perdieron en las estrellas, no de la droga, sino en las del techo de su habitáculo.

-¿Cuál es tu preferida?

-La osa menor –le contestó.

-¿Por qué?

-No… hoy los por qué han dejado de existir.


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