jueves, 29 de septiembre de 2011

Frágil como el papel de fumar.


Escribir que su cuerpo es un templo, escribir versos y más versos y más versos... mis labios rajados están secos, deshidratados, desnutridos, podridos. Solo escribo de muertos, vómito y excremento y, lo peor de todo, es que me parece bello, me parece lo más bello.

Sin embargo... añoro comparar sus ojos con un espejo, con el color de la hoja caída en otoño; añoro evocar su olor a primavera cuando intento adjetivarlo de cualquier manera, apresurada, rauda... no queriendo perder el hilo de las sensaciones.

Sensaciones... sí... esas tan frágiles que bajo el peso del tiempo y el desuso se quebrantan, se desmigajan, se evaporan. Y la textura... el sabor de algodón de azúcar... azufre, pólvora, serrín, alcohol barato.

En un bote con vinagre intento meter todo aquello que mi memoria atesora como esas antiguas joyas de valor incalculable... sin embargo, ese tiempo relativo que tanto avalo es ahora un tiempo tangible que corroe mi cerebro, sus pliegues y sus defectos.

Recuerdo... recuerdo que su lengua era dulce y que, cuando recorría mi cuerpo, me hacía cosquillas. Ahora recuerdo... ¿Ahora recuerdo?


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