lunes, 3 de octubre de 2011

Seudorealidad


Una realidad ofuscada, una realidad tan oscura como el interior de una caja de pino. Asfixiante, agobiante, claustrofóbica. La arena se cuela por mis fosas nasales, germinan las semillas que trasporta en mis pulmones y de ellos nace una flor podrida llamada vida.

Las helenísticas columnas que sujetan mi templo no se elevan regias y sólidas y el entablamento cae por su propio peso. Las figuras talladas, ahora decapitadas, ahora mutiladas, ahora destrozadas... se desperdigan por el suelo, sin contemplación alguna, sin respeto.

La mirada al firmamento infinito me produce tanto vértigo como la mirada hacia lo íntimo, hacia lo exiguo. La nada de la que surgieron esas estrellas, que ahora al contemplarlas me marean, que en vez de guiarme me pierden y en vez de alumbrarme el camino lo oscurecen, es la misma nada que alumbra mi alma, que ciega mi vista en leche cuajada... tal vez por la ceguera al contemplar el sol... ese sol tras la cueva.

Filmando las escenas de mi vida, una vez vividas... me doy cuenta de que el carrete está velado. Intento buscar un sentido que las organice, que las recree... y lo más que encuentro es una brújula con un imán debajo, loca por buscar el norte.

Es difícil volver a tallar figuras en el entablamento, en aquellos restos, aquellos escombros que luchan porque no los sepulte el polvo. Figuras inspiradas en aquellas musas que son palabras que todo el mundo alaba pero que dudo que realmente comprendan.

Y nada merece la pena... salvo el paso siguiente en este erebo anticipado, en este cielo ajado. Intento buscar respuestas a la existencia cíclica que es cruenta y ni aún estudiando la historia me doy cuenta, de cuán ignorante soy al creerme cuerda.

De la nada vienen las estrellas y yo en mi errar imparable me dirijo hacia ellas... por mucho que me empeñe en elevar entablamentos del lodo y la mierda, de erigir columnas regias o de elevar templos de mentira y miseria.

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