domingo, 30 de octubre de 2011

Melocotón albino



Y sus dedos rozaron lo más parecido al cielo, nívea piel amelocotonada. La observó allí sobre las sedas, yaciendo tan ufana... sus ojos, peregrinos en busca del ámbar, desnudaban el alma; olor a primavera mojada.

Y la tersura le inspiró ganas, la redondez de las formas, semejantes a las nubes esponjosas que colonizaban el cielo sobre sus testas, le llevó a vagar presuntuoso por el monte de la diosa Venus, que orgulloso se erigía provocador entre aquellos intrínsecos caminos, afluentes que desembocan en el mar de lo divino...


Enfrascados en una lucha fratricida sus labios rojos y húmedos se abrían para él, su lengua tan fresca le susurraba poemas... y aquel melocotón albino, contrastando con el cielo negro y oscuro de la noche, abrió sus carnes jugosas esparciendo por la tierra su elixir de vida y muerte.


Los párpados bañados en carbón encerraban en cárceles de pestañas los luceros que daban sentido a su existencia... esa existencia tan vacía que con más vacío competían en un duelo de sensualidad y caricias...

Pero la sangre, en lenta procesión, abandonó su regio cuello, empapando las sedas de rubíes, ríos de vino derriten la nieve... la cárcel oscura para siempre encerrará la luz de su locura. La belleza inefable se escapa del blanco lirio, como se escapa el pecado de la custodia del mismísimo diablo...

Y ahora él aferra en su fantasía el recuerdo tardío de una noche de verano; y ahora él siente en sueños el contraste de la piel marmórea con el fuego de su infierno, cuyas llaves custodiarán para siempre los luceros pétreos.

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