miércoles, 15 de septiembre de 2010

La sombra y su rosa negra

Vestía un camisón blanco, por las rodillas, delicado, sencillo, de una tela ligera que dibujaba las redondeces de su cuerpo insinuándolas, casi se trasparentaba pero era solo una ilusión. La tela se elevaba a su espalda por la repentina brisa que se había levantado, estaba sola.
Miró a su alrededor, su corazón estaba inquieto, sabía que algo no iba bien pero no podía precisar el qué, al fin y al cabo estaba sola... allí, en esa plaza que le era tan familiar, la cual la había visto crecer desde su más tierna infancia y niñez, pasando por su adolescencia y... bueno, dejémoslo ahí.
Dio varias vueltas sobre sí misma, mirando a todas partes, sentía... que no estaba sola pero realmente estaba sola. Cerró los ojos y, cuando los volvió a abrir, se vio rodeada de personas con picas y antorchas que se repartían como cirios en las manos de aquella muchedumbre. Había mucha gente, se contaban por centenares, el miedo la invadió, sus gestos eran claramente hostiles, estaban tensas, como esperando para salir a correr tras ella en cualquier momento. Se fijó en sus rostros y con pavor descubrió que se trataba de todas aquellas personas que había conocido a lo largo de su vida. Allí estaba su familia, sus amigos, sus conocidos, sus profesores, gente de su barrio de la cual siquiera conocía el nombre, amigos de la infancia o enemigos a partes iguales, personas a las que conocía tan solo de vista y otras en cambio con las que había compartido media vida. Daba igual qué rostro mirase, pues todos expresaban lo mismo: odio, un claro odio no disimulado, las antorchas y las picas tan solo lo enfatizaban.
Salió a correr por la única vía de escape, una calle que bajaba de la plaza a la iglesia, era corta, no podría despistar a toda aquella gente, pero tenía que intentarlo, tenía que intentar escapar, huir como fuera. El miedo la invadía y sus piernas no corrían lo suficientemente deprisa, el camisón se pegaba a su cuerpo por el sudor, la muchedumbre embravecida la perseguía, corrían demasiado para ser tantos y estar tan apelotonados.
Con pavor llegó a la plazoletina que estaba enfrente de la iglesia. La iglesia estaba envuelta en llamas, una columna de humo se alzaba en mitad de la noche ocultando por completo la luna llena y sus estrellas. Quiso desviarse por otra calle, pero la muchedumbre se había dividido y ya la rodeaban de nuevo en un apretado corro, esta vez no había ninguna posibilidad de escapar. Sintió que el corazón se le salía del pecho y no por la precipitada carrera, sino por el temor que le despertaba la situación ¿Por qué la iglesia estaba ardiendo? ¿Cómo era posible que toda aquella gente estuviera reunida? la mayoría no se conocían entre sí, había personas que siquiera tenían conocimiento de que la otra persona que tenía al lado existiese. No lograba explicárselo, además ¿Por qué la odiaban tanto? ¿Qué había hecho ella?
Las lenguas de fuego que devoraban las paredes del santuario iluminaban sus caras, crispadas por el odio, un odio irracional en su opinión porque ella no había hecho nada. De pronto hubo una explosión, las vidrieras de la iglesia saltaron en pedazos y la torre se derrumbó, la campana cayó al suelo con un enrorme estruendo. El fuego seguía impasible. Ella lloraba. La gente parecía ajena a lo que le pasaba a la iglesia y eso que la tenían a pocos metros, ellos solo tenían ojos para su cuerpo que parecía querían que ardiera como el edificio...

Cerró los ojos con fuerza, deseando que fuera tan solo una pesadilla y que, cuando los abriera, estaría en su habitación, arropada con sus sabanas y abrazada a su peluche... pero cuando los abrió se encontró ante la misma estampa de segundos antes... solo que... ¿Había estado antes allí aquella sombra que se abría paso entre la multitud?
Se fue acercando a ella lentamente, llevaba una mano a la espalda y era tan negra como el humo que seguía saliendo de la iglesia, cuyas llamas no obstante menguaban a un ritmo demasiado rápido para ser natural. La sombra, sin rostro, estaba cerca. Tenía apariencia masculina, amplias espaldas, sin pecho, pero poco más se podía vislumbrar. Era tan negra como la noche pero sin embargo parecía tan real como un cuerpo humano, en absoluto era etérea o vaporosa. Descubrió que no la tenía miedo, al revés, espantaba su temor, mandándolo lejos, si la miraba tan solo sentía serenidad, paz, plenitud. Los gritos de la muchedumbre desaparecieron cuando la tuvo enfrente, la luz del fuego se esfumó y no percibía el intenso olor a humo que minutos antes la estaba asfixiando. Ahora solo existía aquella sombra, de rasgos masculinos y grandes pozos de negrura por ojos. Sabía que la estaba mirando pese a que no tenía pupila y sabía que la quería hablar pero sus labios no se movían y no parecía tener voz. Estaba tan cerca de ella que podía sentir su aliento en la cara.

Paz... ahora todo estaba en paz.

La muchedumbre seguía ahí pero ella ya no la veía. La sombra estiró el brazo que hasta entonces había permanecido a su espalda y le tendió una rosa de tallo verde intenso pero pétalos negro azabache, aterciopelados... la podía oler desde allí. Olía bien.
La fue a coger, no podía apartar la mirada de aquella sombra que ahora la sonreía. Cogió la rosa y nada mas cogerla cayó al suelo, soltó un gritito que se ahogó enseguida. Se había pinchado con una de sus tantas espinas. La sombra la miró con gesto sorprendido, preocupado, angustiado... una gota de sangre, roja como un rubí, se precipitaba a cámara lenta... de nuevo escuchó los gritos de la muchedumbre, de nuevo sintió el calor del fuego en la cara, el asfixiante humo... la gota cayó en uno de aquellos preciosos pétalos y a la misma vez que los rozó... la sombra desapareció dejándola sola, aturdida... el miedo la invadió, la paz y la armonía desaparecieron y toda aquella gente se le echó encima con las picas, con las antorchas y quemaron su cuerpo, comieron su carne, bebieron su sangre... ella tan solo podía llorar... sabía que había perdido lo más importante de su vida... y no era precisamente eso... su vida... que se le escapaba con cada golpe, cada quemadura, cada mordisco, cada gota de sangre escarlata... sino aquel precioso regalo..
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