viernes, 15 de julio de 2011

Un rayo de albor


Hay veces que tocar su cuerpo me parece algo irreal, es como si se pretendiera tocar la textura de las nubes, se reinventa a cada soplo de viento. Su boca es cálida, como una noche de verano y, cuando me acoge, el golpe de calor me deja sin sentido y atolondra mi cabeza hasta no saber si estoy de pie o tumbada.

Sus manos... como un rayo de luz que acaricia la piel tenuemente atravesando la ventana, casi pareces no sentirlo, pero está ahí, rozándote, tornando tibia tu piel. Odio los abrazos, pero sus brazos son los más cómodos, casi parecen tener hecho un hueco con mi figura, que me acoge y me envuelve siempre que lo necesito.

Su presencia, si cierro los ojos, me da escalofríos y, sin tocarme, tan solo sintiendo su mirada, me estremezco, pues la fuerza de sus iris castaños me acaricia sin pudor. Hay veces, cuando lo tengo sobre mi pecho, que parece un niño pequeño y es lo más tierno que he visto nunca, cierra los ojos y se deja acariciar, tal vez esté recordando cómo de pequeño, su madre hacía lo mismo.
Yo hay veces que también me siento así, como si fuera un bebé, él me protege de todo mal y me da el calor que necesito, estar con él es como... bañarse en una laguna de aguas puras y cristalinas, nada las turba igual que nada me preocupa a mí cuando estoy entre sus calmadas aguas.

Hay veces, que de noche cuando lo echo de menos, se aferra mi pituitaria al olor que dejó en la almohada y, como un espectro, lo dibuja a mi lado. Si me concentro, incluso puedo sentir sus manos recorriendo mi piel y es entonces cuando siento... que siempre, siempre está a mi lado, aún cuando se ha tenido que ir, no queriendo hacerlo.


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