sábado, 5 de noviembre de 2011

Encinar centenario


Hace un tiempo, andando por el campo, topé con un magnífico encinar. Aquellos grandiosos árboles sin duda eran centenarios, su ramas se alzaban hacia lo alto pretendiendo arañar el cielo azul. Esas copas tan soberbias, tan majestuosas que nunca ningún hombre había domado me sobrecogieron; encinas de troncos fuertes y robustos, sólidos, anclados a la tierra con poderosas raíces kilométricas... eran por lo menos una docena.

Ojala fuera una de esas encinas, ojala perteneciese a su selecto grupo centenario... porque ello significaría que nunca me han podado, que nunca se han aprovechado de mi materia prima, que nunca me han explotado, que nunca han determinado mi crecimiento... eso significaría que viviría en eterna armonía con la anárquica naturaleza.

Porque sí queridos drugos, la naturaleza es anarquía, la naturaleza es un caos ordenado, la naturaleza, como la anarquía, es la máxima expresión del orden...

Aquellas encinas, en su pacífico y silencioso encinar, viven en libertad y armonía consigo mismas porque nunca les han intentado imponer un orden, un fin concreto... y nosotros, hombres podados, hombres explotados, hombres con fecha de caducidad, negamos nuestra propia naturaleza porque a su vez nos la niegan y la tachan de locura...

¿Acaso una encina se conforma cuando le cortan las ramas? ¿Acaso no sigue intentando llegar al cielo como mejor le conviene? ¿Acaso, aunque le quiten sus vestiduras, no vuelve a engendrarlas? nosotros no... nosotros no crecemos porque creemos que no podemos crecer más, porque es lo que nos han hecho creer; nosotros permanecemos desnudos... porque nos dicen que los ideales son tan solo disfraces.


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