viernes, 11 de noviembre de 2011

Abrazados en un te quiero


Permanecían abrazados y él se empeñaba en desgastarle la piel a base de quietas caricias. Ella sentía la calidez de su cuerpo, la musicalidad de su corazón y su suave respiración la mecía, acunándola como una niña, invitándola a cerrar los ojos y soñar con un paraíso similar al que estaba viviendo.

Él la miraba con ternura, ella con serenidad... una serenidad que en absoluto reinaba en su cuerpo sobreexcitado, al borde del colapso, su corazón palpitaba aún con fuerza y tenía que esforzarse por controlar la respiración... las palabras se le apelotonaban en los labios, la lengua quería escapar rauda de esa cárcel incomunicada en la que se veía recluida... palabras... las palabras querían salir a borbotones de su garganta.

-¿Qué estás callando?

+Todo aquello que, si lo pronuncio, cambiaría esta situación para siempre.

-¿Para bien o para mal?

+Esa no es la cuestión... -él la miraba expectante con aquellos ojos otrora llenos de ternura, ahora impregnados de una curiosidad que casi le ahogaba- no quiero que esta tranquilidad, esta serenidad se esfume; no quiero que hilos invisibles me vuelvan a sujetar como si fuera una marioneta; no quiero añorarte cuando te vayas ni esperarte cuando vengas... no quiero mentirte, no quiero decirte la verdad... no quiero sentir ese miedo irracional que me paraliza; no quiero dudar ni quiero arriesgarme; no quiero soñar contigo ni dejar de hacerlo... no quiero besarte y que el mundo se detenga, pero tampoco quiero que reanude su marcha.

Él la abrazó con fuerza y sonrió, esa sonrisa que a día de hoy le seguía pareciendo desconocida. Ella se acurrucó aún más entre sus brazos, con temor a que saliera a correr y nunca más volviera.

-¿Sabes qué? -le preguntó acariciándola la mejilla con suavidad.

+¿Qué?

-Que yo también te quiero.


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