martes, 29 de noviembre de 2011

Descanso del peregrino


En este errar impersonal y vagabundo, en este mar de azufre y queroseno, en esta jungla de incoherencias e hipocresías donde el alma se ve encerrada abandoné mi peregrinar ¿A favor de qué? de bruñidas estatuas de bronce, de regias esculturas de mármol, altos templos plagados de vidrieras de colores que hacen que mi vista, cual catalejo, sea capaz de mirar frente a frente a la vida sin temor, sin temor a confundirse, amparada por la seguridad que da la perspectiva. Cataratas de tristeza que son los poemas, textos decadentes, hirientes, textos que empatizan con un alma torturada, vencida en su errar pero a la vez esperanzada, una esperanza estúpida, como estúpido es el poeta que pretende reflejar la belleza de mi luna.

El sol se filtra por las ruinas de la catedral, esa catedral otrora estilizada, luminosa, imponente y soberbia. Entre sus antiquísimos escombros, descanso de mi caminar baldío.

Pseudoartistas que ante un desnudo, tan sólo pintan el cuerpo; que ante la noche, sólo pintan las estrellas; que ante el mar... sólo reflejan las olas, las gaviotas y el velero. Personas que ante una mirada, ven el color de los ojos; ante una caricia, el tacto de la piel y ante un corazón, sus latidos.

Atravesada por mil rayos de ese sol centelleante que desgasta las piedras, que prende el queroseno del mundo... descanso entibiando mi piel con su lejana aunque reconfortante presencia.

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