martes, 22 de noviembre de 2011

Apología


Dos piedras en cuencos vacíos. El despiadado orbe se presenta ante un alma límpida y pura, engrandecida por las encrucijadas de sus pliegues. La blanca piel contrasta con el color racial de la realidad, moratones en brazos poderosos que sustentan mucho más que el mundo... el peso propio.

Su reflejo resquebraja cristales y enloquece a locos, su pensamiento inmigrante de tierras lejanas, extranjero en su propia patria, es amnistiado en lo más profundo de su ser... ese ser triste y decadente, que con su halo de luminosa oscuridad ciega a quien lo contempla, impidiendo ver más allá de lo obvio, más allá de lo extraño.


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