sábado, 21 de enero de 2012

La manzana



Una fina sábana de sedas escarlatas cubría su blanco cuerpo desnudo, que se contorsionaba en grotescas formas. Dormía un sueño profundo, de esos que hacen con la mente lo que quieren, de esos de los que se sirve el subconsciente para generar las más horribles crueldades o los más idílicos sueños. 


Ella estaba entre sus brazos, retozando como una cerbatilla en el campo. Esquivaba sus besos, intentaba inmovilizarlo, subyugarlo, se dejaba hacer con aparente inocencia, se estremecía cuando él la aferraba fuerte o con el beso más delicado... ambos rodaban por la cama, no paraban quietos, ora aquí ora allá, las sábanas eran un revuelo de pasión... el sudor perlaba la perfección de su cuerpo y ella, tan fresca como una flor en primavera, cerraba los ojos y se dejaba arrastrar por esa marea de sensaciones hasta sentir que la ahogaban. Sus dedos se clavaban en los blancos muslos, ella le mordía hasta hacerlo sangrar, le arañaba y él la miraba con deseo, admirando su cuerpo... pero sin ser capaz de mirar en su alma


Respiraban entrecortadamente, el corazón les iba demasiado deprisa, al beber se les calló el agua encima, pero enseguida se evaporó, pues sus pieles ardían. Se abrazaron...


Y cuando se abrazaron no sintió su calor, no sintió su alma vibrar deseosa de escapar de esa jaula de burda carne, no sintió unos ojos tiernos clavados en su rostro, no sintió que el corazón le palpitara por amor... 


Esperó a que se durmiera y, en mitad de la noche, se deshizo de su cálido abrazo que congelaba las entrañas. Al amparo de la diáfana luz de las farolas, dejó que sus pies le perdieran por intrincadas calles, estrechas, tan estrechas que solo dejaban pasar la luz de la luna, que le bañaba el rostro y lo hacía brillar como si se tratara de una perla. Sus pensamientos eran una vorágine que podía competir con agujeros negros. Sentía un malestar que no era físico ni mental ni emocional, un malestar que le hacía tambalearse debido al temblor de sus piernas.


Abrió despacio la puerta que había dejado entornada, recorrió a tientas el pasillo, allí no llegaba la luz de la luna, las paredes eran frías... no como aquellas de las calles por las que se había perdido, cuyos gruesos muros aún conservaban el calor de miles de soles en miles de días. Llegó hasta su habitación, seguía en la misma postura, justo como le había dejado... un brazo extendido ¿Esperando su regreso? era tan blanco, marmóreo, de líneas perfectas, el David habría sentido celos


Se acurrucó a su lado, olió el perfume de su cuerpo, lo miró a la cara... un rostro sereno, en paz. Se durmió memorizando sus facciones, cada rasgo que el cincel había esculpido en tan dura piedra. Cálidas lágrimas resbalaron por su cuerpo... pero las piedras no sienten. 


Sabía que aquella sería la última noche


Sabía que sería la última vez que verle dormir le daría paz


Sabía que sería la última vez, hasta que el amor le acabara de turbar el seso, que ya había nublado la belleza.


Lo peor de todo, es que no quería que fuese la última. 

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