miércoles, 23 de febrero de 2011

Parte: II. Una realidad anómala


Estaban tumbados en la cama, sábanas negras, que no desentonaran con sus almas. Siempre se tumbaban igual, en paralelo y en sentido contrario. Era una especie de costumbre, aunque a ellos esa palabra no les gustase demasiado, de una forma u otra les ligaba. Acababan de echar unos cuantos polvos, habían perdido la cuenta, tal vez por el alcohol o tal vez, porque tampoco importaba demasiado.

-Mmmm –gruñó- creo que hoy me he pasado.
Él rió y pegó una larga calada al canuto, moviéndose lo menos posible se lo pasó
–Siempre nos pasamos
-Hoy nos hemos superado. Verás mañana la resaca… ¡La odio!,¡Maldita resaca…!
-¿Por qué no inventarán un medicamento que la anule? –tiró la chusta al suelo.
Era la típica pregunta retórica de cuando se va ciego y que no esperas que se conteste, pero sabía que ella lo haría.
-Porque no les interesa, mientras estamos con resaca no estamos dándoles por el culo.

Se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Sentía la mirada de él clavada en su cuerpo, admirándola, como admira un enamorado del arte un cuadro de Picasso o el David de Miguel Ángel… sopesando los claroscuros y las tinieblas de su cuerpo, sus perfectas formas y proporciones, su armonía o su pureza…

-Duele mirarte.

Ella sonrió, esa media sonrisa descontenta, como aquella que no se cree lo que sus oídos le cuentan. Se acabó de vestir y se fue al baño sin decir nada, así eran ellos, no hablaban y menos cuando iban ciegos, costaba demasiado, de todas formas, tampoco es que necesitasen de las palabras para comprenderse. Él tardó en venir detrás de ella, desnudo, después de todo estaba en su casa ¿Para qué vestirse? Ella se pintaba los labios y lo observaba por el espejo.

A él le gustaba ver cómo se maquillaba, como se retocaba la pintura negra de sus ojos, el parpadear cauteloso de sus pestañas, como teñía de sangre sus labios marcados, como se intentaba arreglar el pelo esparciendo en sus movimientos ese olor tan suyo.

-¿Mañana vendrás? –preguntó, abstrayéndose de su imagen reflejada en el espejo roto del baño.
-No creo –respondió ella guardando las cosas en su bolso. Cuero, cremalleras y tachuelas.


Él sonrió, era la respuesta que esperaba. Se acercó a ella por detrás y le quitó la camiseta, tirándola al suelo, no se miraron a los ojos, el espejo ya les devolvía su iris, tampoco necesitaban el consuelo de sus miradas, ni más palabras. La volvió a desnudar y la metió en la ducha, la sangre que pintaba sus labios se esparció de nuevo por todo su cuerpo, el agua lavó sus besos e hizo que llorara su rímel, sus tatuajes se mostraban vivos a cada movimiento, el pelo le caía enmarcándola el rostro y entonces sí que parecía una Venus, una Venus grotesca por su aire urbano y en absoluto virginal, pero tan bella que le torturaba los sentidos, que le atrapaba el subconsciente.

-Eres como el surrealismo ¿Lo sabías? Pocos te entienden y los que lo hacen no saben por qué, simplemente les gusta.
-¿Por qué le tienes que buscar un por qué? Dices que te duele mirarme… pues disfruta del dolor pero no te preguntes de dónde viene, a dónde irá o si volverá.
-No le busco un por qué ¿Qué razón podría tener esto? –le mordió el labio, ella sonrió.
-Sin embargo te importa si volveré mañana.
-Es parte de mi contradicción y parte también de la tuya porque tú… vuelves, siempre vuelves.

Y sí, volvía; pero quizás eso como el alcohol, el ciego o los polvos sin contar... tampoco importaba demasiado. Su relación era así, nadie la entendía, follaban, se emborrachaban, fumaban y cantaban y hacían gritar a sus guitarras... y sí también se miraban, absorbidos por la belleza el uno y por la atracción la otra, un abstraimiento sublime que no les importaba y que solo disfrutaban como se disfruta la experiencia estética. Había meses en los que no se tocaban y esa pequeña tortura les parecía bella, al igual que sus cuerpos sudando o las botellas vacías en el suelo o el humo que se coloreaba con la luz... ellos veían belleza y libertad donde el resto de personas solo veían palabras, actos o situaciones
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