domingo, 27 de febrero de 2011

Parte: III. En una pecera


Ella llegó a casa aún con el efecto de las drogas. Vivía sola, en un pisito lo suficientemente grande y lo suficientemente pequeño. Era de su abuela, que había muerto años antes y le había cedido con suma generosidad post mortem el piso a su madre. Qué ironías de la vida, le hizo falta morirse para tener algún detalle con su hija, esos que no había tenido en años. Dicen que con la vejez la gente se vuelve egoísta, ella no quería ni pensar entonces como seria, aunque le daba igual, porque nunca llegaría a vieja.

En su habitación se desprendió de la ropa, los vaqueros rotos, las botas militares, el cinturón de balas, la camiseta de los Maiden y la pesada chupa de cuero, aunque también lo hizo de su lencería fina, un culotte de trasparencias y encaje negro y un sujetador a juego. Siempre le habían dicho que no le pegaba esa ropa interior, pero a ella le parecía muy heavy, ser heavy no tenía por qué significar no ser femenina, al revés, ella era muy heavy pero muy femenina, era lo que la diferenciaba del resto. Distinta entre distintos. Algo que, en ocasiones, la hacía sentir como un pez en una pecera. Se tumbó en la cama, ni se molestó en quitar la colcha, hacía calor y, como tantas otras veces, pensó en todo aquello que… mejor pensar cuando se va harto de todo para después no recordar.

Se sentía sola pero no sola en el sentido de vivir sola, estar sola sin amigos, sin pareja, sin familia… sino más bien como una sensación. Una sensación que era como su sombra, siempre había estado ahí, desde pequeñita, niña, preadolescente, adolescente y ahora ¿Adulta? Era algo inherente en su alma esa sensación continua de soledad, que nunca le daba vacaciones y que nunca podía olvidar. Era un lastre en ocasiones ligero por la costumbre y en otras, más pesado que el plomo por el cansancio. Sentía que por más que hablaba la gente no entendía sus palabras, por eso ahora hablaba menos; sentía que por más que intentaba expresarse con la escritura, la música o simplemente como cualquier persona normal con una conversación íntima cargada de lenguaje corporal y por qué no alguna lágrima, tampoco lo conseguía, siempre fracasaba. Ella explicaba, se desnudaba ante los demás a cada canción, cada poema, cada relato… pero la gente no comprendía. Por eso ella sencillamente había dejado de hacerlo, economía del lenguaje, decía ¿Para qué gastar esfuerzos y ánimo en explicar lo inexplicable? Bueno, mejor dicho, lo incomprensible.

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