jueves, 2 de diciembre de 2010

Rosa negra II


Era una noche sin luna, apenas había estrellas y la niebla me impedía ver escasos dos metros más desde mi posición. El asfalto estaba frío, iba descalza, también estaba húmedo. Lo extraño de todo es que, aparte de mi respiración pesada y el latido demasiado sosegado de mi corazón no se escuchaba nada más; ni el viento que arremolinaba mi pelo alrededor de mi cara y cuello, ni los animales de la noche, ni los coches, no se oían voces, siquiera mis pasos. El silencio de la noche caía como un manto del mismo modo que la niebla.
Vestía el mismo camisón ligero que se pegaba a mi cuerpo, insinuando las curvas, el mismo camisón blanco de la otra vez y la escena estaba cargada con la misma tensión. Anduve por aquella carretera, las farolas alumbraban como luceros descoloridos por la niebla, que las convertía en focos de luz desvaída y difusa, anaranjada. Caminaba sin rumbo, simplemente hacia adelante, pero la tensión de mi cuerpo denotaba que "esperaba" que pasara algo o "sabía" que iba a pasar algo.
Miraba a mi alrededor, con una mezcla de miedo y curiosidad, sentía la presencia de alguien a mis espaldas pero, cuando me giraba, no me encontraba con nadie. La sensación no obstante persistía, era incómoda, por eso aligeré mi paso, tenía los pies ateridos del frío, las manos igual, me abracé a mí misma para darme un poco de calor. Iba demasiado concentrada en frotarme los brazos y en mirar a mi alredor, que por eso no me di cuenta del cerco de flores que había a tan solo unos pasos de mí. Cuando lo vi, relenticé el paso de nuevo y lo examiné de lejos. Era una circunferencia perfecta forma por rosas negras, su belleza me dejó pasmada y me agaché para coger una... no logro explicarme cómo acabé dentro del círculo y tampoco logro explicarme de dónde salió toda aquella gente si, hasta hacía tan solo unos segundos, había estado completamente sola.

La gente no se agolpaba a mi alrededor como la otra vez sino que formaba un pasillo delante de la circunferencia donde me encontraba, un pasillo de personas que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. De nuevo, allí estaban todas aquellas personas que había conocido a lo largo de mi vida, familiares, amigos, profesores, conocidos... sus cuerpos permanecían inmóviles, sus ojos no parecían ver y respiraban tan lentamente que hasta dudaba de que lo hicieran realmente. Mi corazón no se aceleró a pesar del miedo que sentía, miré a mi alrededor en busca de algún nuevo cambio, pero pareció ser solo eso.
Me agaché y me aferré las rodillas, seguía teniendo frío y empezaba a ser insoportable, el vapor se elevaba de mi boca cuando respiraba y comencé a tiritar. La situación fue a peor, los segundos pasaban con lentitud pero por cada uno parecía que disminuyera aún más la temperatura, empecé a tiritar bruscamente, intenté incluso pedir ayuda, pero ninguna de todas aquellas personas me escuchaba. Entonces, de repente, las temperaturas comentaron a ascender o, dejaron de descender qué se yo y volví a tener la sensación extraña de que alguien estaba a mis espaldas, me giré y, para mi sorpresa, me volví a encontrar con lo que fuera aquello...
Me levanté lentamente y de nuevo aquella sombra espantó mi temor. Era igual de negra, su silueta seguía siendo masculina, tan real, tan tangible... se acercaba con lentitud y, cuando estuvo casi a mi altura, nos separaba tan solo el cerco de rosas negras, me entraron ganas de tocarla y esas ganas eran tan irresistibles que no me esforcé siquiera en contenerme. Alargué un brazo y posé la mano en su pecho, estaba cálido, era suave, mi mano pasó de estar helada a estar algo más caliente, la sombra se acercó y entró dentro del cerco. Con los brazos colgando paralelos a su cuerpo, dejó que resiguiera sus facciones con los dedos, sus ojos vacíos, su boca cerrada, seria, su nariz, sus pómulos, su cuello y su clavícula, su pecho... la sombra se dejó hacer, observándome con una mezcla de diversión y de tristeza, alzó una mano y la posó en mi mejilla... sentí su contacto cálido y su tacto suave, era tan agradable... nunca había sentido nada parecido, me invadió una paz, una armonía, un sosiego... descontextualizado por completo, cerré los ojos para disfrutar de esa calidez momentánea, para concentrarme en esas sensaciones tan maravillosas... que tan rápido como vinieron se esfumaron.
Cuando abrí los ojos la sombra había salido del cerco y andaba por le pasillo de gente hacia delante, salí yo también y me pinché los pies con las espinas, grité de dolor y la sombra se giró al instante, sus ojos me dejaban ver una tristeza inhumana, hizo ademán de venir a ayudarme pero retomó el camino con reticencia, como si algo la obligase. Yo grité que me esperara, que no se fuera, pero mi voz no la detuvo. Le grité a la gente que por favor la pararan, que la detuvieran, que no la dejaran ir...se apoderó de mi una urgencia y una impotencia tal que empecé a gritar a la gente en sus caras para que reaccionaran y me hicieran caso, pero permanecían inmóviles, ausentes... le volví a gritar a la sombra, salí a correr detrás pero mis pies estaban llenos de heridas... se alejaba cada vez más y ya no tenía voz para gritar... entonces, en el pasillo de gente, me encontré a mis amigas y les pedí que la siguieran, que le pidieran que volviese, pero ellas no reaccionaban, era tal la impotencia que me inundaba que las zarandeé con violencia... y para mi asombro se convirtieron en ceniza.
Cayeron las cenizas envueltas en silencio y se dejaron arrastrar por la brisa, mis ojos se anegaron de lágrimas, les pedí ayuda, les preguntaba qué me pasaba, pero ellas no contestaban, cogí la mano a otra y, al igual que la primera, voló hecha cenizas y se perdió en la niebla, grité de horror, me miré las manos con desprecio, sentí asco, miedo, no sabía qué me pasaba, la sombra seguía andando y yo, por cada persona que tocaba se convertía en cenizas, quería correr detrás de ella pero mis pies estaban doloridos, dejaban un rastro de sangre detrás de sí... me encontré con mi madre:
-¿Qué me pasa mamá? ¿Qué me está pasando? -ella no contestó, me miraba con esos ojos vacíos carentes de vida que me estremecían, un hormigueo recorrió mi espalda, el frío volvió a inundarme y mi mano se alzaba para tocarla.

Intenté retenerla, intenté retener mi mano, gritando con todas mis fuerzas que alguien me ayudara, me sujeté aquella mano desobediente con la otra, pero la fuerza era imparable, lloraba, era incapaz de hacer alguna otra cosa, lloraba y mientras mi mano se dirigía inexorable a su mejilla... y la convertí en cenizas, vi como sus ojos se pulverizaban ante los míos, como su pelo caía a mechones al suelo, como se perdían elevados por la brisa... caí de rodillas al suelo, llorando sin consuelo, aferrando sus cenizas para que no volaran, para que se quedaran conmigo, seguía pidiendo ayuda... cuando levanté la vista ahí estaba aquella sombra, en sus ojos una infinita tristeza ¿Impotencia? En aquel momento supe que no me podía ayudar.
-¿Qué me está pasando?
No contestaba.
-¿Por qué me está pasando esto? ¿Qué he hecho?
No contestaba. La furia me invadió, la ira me cegó, me levanté con una fuerza que no sabía que tenía y la zarandeé con violencia, como si fuera un pelele, su calor me abrasó las manos, su mirada triste me enajenó aún más y la seguí pegando hasta que también ella... se convirtió en cenizas.

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