lunes, 21 de marzo de 2011

Parte: VI. Habitáculo donde componer


Estaba en tutoría, era a lo único para lo que tenía que acudir a la universidad pues estaba haciendo la carrera a distancia cosa que, obviamente, sus padres ignoraban. La distancia era relativa, si se tiene en cuenta que vivía a escaso medio kilómetro del complejo universitario, un capricho que se había dado, así tenía más tiempo para sí misma y para el grupo y así además no tenía por qué soportar a todos los futuros eruditos de filología hispánica que no tenían idea alguna ni de filología ni de Hispania.

Había madrugado, también relativamente, porque la noche anterior trasnochó… y no… no estuvo bebiendo ni haciendo de las suyas con su querido amigo, tan solo estuvo escuchando buena música hasta las tantas de la madrugada, extasiada por las notas y la droga y componiendo… componiendo sin parar, se sentía inspirada. Cinderella, Motley Crüe, Skid Row, Poison… sí… ellos la inspiraban últimamente (bueno y en realidad siempre) con sus canciones melódicas y artísticamente insuperables, con su estilo ochentero de Glam Metal y Hard Rock.

Estaba en su habitación, que era cuanto menos extraña. A ella le agobiaban sobremanera los espacios reducidos, no es que fuera claustrofóbica (ya lo que le faltaba) sino que, simplemente, necesitaba un espacio vital determinado. Por eso decidió trasladar su habitación al espacio reservado para el salón y éste traspasarlo a su habitación. Después de todo, era lo más lógico si tenemos en cuenta que, la mayoría de los adolescentes, pasan más tiempo en su habitación que en el resto de dependencias de la casa, es una tontería pues que este espacio de suma importancia se vea reducido a favor de otro que, por estadística pura, se transita en menor medida… aún viviendo sola.

Así pues ya nos podemos hacer una idea del cubículo que es su espacio personal. Dicen que las habitaciones de cada persona muestran en gran medida su personalidad, su gruta no iba a ser menos. Las paredes son malvas claritas y el techo negro con las constelaciones dibujadas. Los muebles son minimalistas, rectos y sobrios: acero, madera negra y blanca. Una cama de matrimonio redonda dominaba la habitación (costaba acostumbrarse a dormir en ella sí), la colcha era de un lila oscuro, a juego con las cortinas, los cojines eran negros y suaves. Dos mesillas atestadas de cosas y una lámpara de estas de lava para relajarse color roja, (para que destaque) a ambos lados de tan peculiar sitio donde dormitar.
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Una pared estaba dominada por un armario enorme de tres puertas, una de ellas doble. Su interior estaba atestado de ropa, complementos, zapatillas… el escritorio ocupa la otra pared y estaba abarrotado de más objetos de toda índole desde un grindel, hasta sus apuntes de literatura moderna, pasando por su portátil, monedas sueltas, los cascos del móvil, bolígrafos (la mayoría como es lógico estaban gastados, siempre lo están) cuadernos de canciones, borradores, libros apilados, pulseras… y, por fin, la última pared, justo la que está delante de la cama, toda ella forrada de un enorme espejo que refleja directamente la cama y que hace que la habitación parezca aún más enorme.

El amplificador estaba en el medio de la habitación casi, con la guitarra siempre enchufada y el micrófono. Las alfombras del suelo, al pie de la cama, son negras, odiaba pisar el frío suelo cuando se despertaba, era muy desagradable. Los cajones estaban atestados de papeles, púas y ropa interior, así como preservativos, pirsings y demás objetos.

Ese era su habitáculo, donde hacía la mayor parte de su vida, el resto se repartía entre el baño y la cocina (por estricto orden). Y lo dicho, allí estaba ella, tumbada en su cama redonda con un cuaderno de papel reciclado y un bolígrafo, con el cenicero en el suelo, fumándose un canuto y componiendo mientras en su estéreo sonaba una lista aleatoria del Glam Metal que tanto le agradaba. Los buffles estaban repartidos por toda la habitación, algo imprescindible para que el sonido se repartiera bien y se pudiesen escuchar tales temas míticos sin estropearlos acústicamente. Así eran gran parte de sus días, cuando no estaba en su mundo estaba componiendo, cuando no, simplemente escuchando música o estudiando y el resto del tiempo en el local de ensayo, en casa de su querido amigo o sus amantes o de fiesta.

Pensó en esos grupos, tan andrógenos, tan de aquella época, con tanta personalidad, estilo y pureza, tanta fiereza y autenticidad. Los grupos de ahora no eran así, los grupos de ahora eran una auténtica mierda.

-¿Por qué no habré nacido yo en esa época? –se preguntó, de estas preguntas que se hace uno cuando va ciego y le invade la nostalgia.

Cogió la guitarra y tocó unos acordes, la nostalgia al menos proporcionaba inspiración, no solo tristeza; esa noche saldría algo bueno de aquellas cuerdas, aunque solo fuese por rendir tributo a aquellos grupos que tanto admiraba y que el tiempo le arrebataba con insaciable crueldad, aunque solo fuese por querer resucitar ese espíritu durante un instante.

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