jueves, 31 de marzo de 2011

Parte: XI. El bohemio jardincillo

Salió a dar un paseo ya de noche. Solía hacerlo, le sentaba bien, le ayudaba a poner su cabeza en orden… había veces que el caos que en ella reinaba la volvía loca. Para remediarlo, no había nada mejor como un paseo nocturno por la parte antigua de su ciudad, Cáceres.

Sus pasos siempre le guiaban al mismo sitio: un pequeño jardincillo que daba a la montaña, con parte de la ciudad a sus pies y el resto a sus espaldas, la parte antigua la rodeaba y, entre esas piedras milenarias, se sentía a salvo ¿A salvo de qué? Quizás de ella misma.

En aquel jardincillo había bancos de fría piedra y muchos arbustos con flores y grandes árboles que arañaban el cielo con sus ramas, esas que parecían querer coger alguna estrella que acompañase a sus hojas verdes en su solitaria velada. Se sentó en uno de esos bancos, estaba muy frío, pero no le importó. Se quedó mirando sus Converse y luego elevó la vista al cielo nocturno y miró a la luna.

Qué bella era, ella sí que era bella. Tan blanca, de forma tan perfecta, de cutis tan impoluto, tan virgen e inalcanzable, tan onírica y vaporosa… qué bella era… se tumbó en el banco, ahora las ramas tapaban la cara de la luna, quizás se estuviera desnudando y poniéndose el pijama ¿La luna usa pijama? Es más… ¿La luna tiene vergüenza… tanta como para cubrirse para que no la vean? Cerró los ojos y respiró hondo, ahora su realidad se reducía a su pausada y equilibrada respiración, a la brisa nocturna de la primavera, esa que se enfriaba más y más según avanzaba la noche. Quizás por eso la luna se estaba poniendo el pijama, para no resfriarse, dormir desnuda es lo que tiene.

-¿Qué piensas? No le hacía falta abrir los ojos para saber quién le hablaba. Podía olerle, estaba arrodillado junto al banco, lo más seguro es que la estuviera mirando con una media sonrisa triste, esa que tanto le caracterizaba.

-En la luna… que se va a resfriar por dormir desnuda -él rió, sí… así era ella.

-¿Qué haces aquí Manish? -Eso debería preguntártelo yo… este es mi sitio… ¿Qué haces tú aquí?

-Me apetecía verte. -¿Cómo sabías que estaba aquí?

-No lo sabía.

Se quedaron en silencio un rato más, él se sentó en el banco y puso su cabeza sobre las rodillas con delicadeza y le empezó a acariciar el pelo con aire distraído. Él también había ido allí para pensar, no porque quisiera verla, que la hubiera encontrado allí no era más que un accidente.

-No te apetecía verme.

-No, la verdad es que no –ella sonrió, la misma sonrisa triste, un fantasma de la de él.

Abrió los ojos, los de él miraban la luna, ella no podía… la muy vergonzosa seguía detrás de las ramas. Se fijó en él. Se había afeitado la perilla, el pelo le colgaba lacio y negro por los hombros, la boca entreabierta, sus dientes medio perfectos asomando, olor a tabaco.

-¿Se ha acabado de vestir ya? –preguntó divertida.

-¡Oh si! Acaba de ponerse unas pantuflas –rió él.

Ella se incorporó y él la miró a los ojos, no sabría decir cuál de ellos estaban más tristes. Desde luego esto era cosa del destino, o tal vez mera casualidad.

-Me sentía solo –respondió a su pregunta muda.

-Sí yo también… -confesó, aunque él tampoco lo había pedido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario